agosto 04, 2011

Un recuerdo simultaneo/ Ova III (segunda parte)


*

Filomena salió del apartamento sin saber exactamente a donde se dirigía. Sólo quería salir del maldito cuarto. Ya en el corredor el aire le pareció menos grávido. Al llegar al borde de las gradas vio como un gato negro subía por ellas, desembarazado, y al llegar donde ella estaba, se deslizó entre sus piernas formando ochos invisibles.

- ¿Qué quieres, pequeñín? –Le dijo al felino que no hizo más que levantar su cola con pedantería-, acaso te has extraviado.

Filomena se inclinó hacia el gato, deslizó su mano de la cola hacia el cuello, luego dio una palmadita entre las pequeñas orejas. El gato ronroneó. Luego posó sus patas en los muslos de Filomena que ya esta en una posición de genuflexión. Cuando la chica se disponía a cargarlo por las patas delanteras se dio cuenta que tenía un collar, lo tomó entre sus dedos y leyó la inscripción: Gallimard.

- Así que esté es tu nombre, eh. Tu nombre...-No terminó la frase y ya estaba pensando en Cristina. Sujeto a Gallimard entre sus manos, luego estiro sus brazos elevándolos hacia el techo, le pareció gracioso el gesto que este hacia al mover los bigotes en las alturas, lo atrajo hacia ella, hasta tenerlo cerca de su rostro. Miradas frente a frente-, Nouvelle Revue Française…

- No creas que eres un caso especial, es así con todos.

Era una voz femenina. Filomena giró sobre sus pies (con Gallimard entre sus manos) para ver de quien se trataba. A pocos metros de donde estaba vio a una chica que estaba recostada sobre el dintel de una puerta. Su primer impresión de aquella mujer esbelta era el de alguien muy insolente, pero con una hermosa sonrisa dibujada en los labios. Su cabello era tan largo que le llegaba probablemente a la mitad de la espalda, muy cerca de curvilínea cintura. Un enorme mechón se posaba sobre su pecho. La chica miraba a directo a los ojos de Filomena, lo que le daba un aire de seguridad que le incomodaba. Le recordó a Cristina. Hasta parecían ser de la misma edad.

- Bromeaba. Soy Milena…-estirando su mano mientras avanzaba hacia Filomena, sin desviar la mirada de sus ojos.

A Filomena sólo se le ocurrió sonreír ingenuamente.

- Mucho gusto –dijo Milena al estar a pocos centímetros del rostro de Filomena-, no voy a tener mi mano extendida durante los próximos tres segundos…

Filomena reaccionó y devolvió el gesto. Era más hermosa de cerca.

- Un placer, Filomena. Me llamo Filomena –dijo mientras le daba a Gallimard-, lo siento no pude resistirme. Es un lindo gato el que tiene…

- No te creas, es el bicho más manipulador que he conocido…

Fue hasta entonces que Filomena cayó en la cuenta de que su acento era argentino, quizás de allí provenía todo ese porte de grandeza.

Milena pudo ver que la chica esta en etapa de gestación pero no quiso hacer ningún comentario al respecto. No era de su incumbencia la vida ajena. Notó algo en la mirada de Filomena, era tristeza. Así que hizo un intento por conducir la conversación a un plano menos protocolario:

- Gallimard, es un gato que nunca da un paso en falso, y menos, si no esta seguro de recibir una caricia. No es un caballero de la mesa redonda. Tiene una facilidad para detectar la soledad en las personas, así que lo primero que se le ocurre es… –añadió Milena.

¿Soledad? ¿Ha dicho soledad?, pensó Filomena. Tan obvia era hasta para una extraña que nada conocía de ella. Las lágrimas no tardaron en salir de su guarida.

- ¡Perdón! Disculpa… -Soltó a Gallimard de sus brazos y atrajo a la chica hacia ella-, Disculpa, che… –no podía recordar el nombre de la chica que ahora lloraba entre sus brazos. La memoria siempre había sido un lastre, y más en momentos como ese, donde debía estar al cien por cien-, no quise… no quise… ofenderte. Quise decir que Gallimard es…

- No se disculpe… –dijo Filomena, se sentía cómoda en aquellos brazos. Eran como los de Cristina. ¡Pero ella no era Cristina! Se apartó. Limpió las lágrimas de su rostro con la manga de la camisa-, soy yo quien debe disculparse por mi comportamiento. Es que…-soltó un sollozo, no sabía que decir para excusarse.

Se quedaron calladas, viéndose a los ojos. Un trueno se escucho a lo lejos pero los cristales del ventanal al final del pasillo vibraron como si hubiera sido del otro lado de la calle. Filomena sintió vergüenza. Bajo la mirada. Milena, la embargo un sentimiento de piedad por aquella chica…

- Lo menos que puedo hacer, por hacerte derramar un par de lágrimas, es ofrecerte un poco de café. ¿Quieres una taza de café, Filomena? –logro recordar el nombre por la similitud de letras con el suyo.

-No, gracias. Debo irme, tengo…prisa –titubeó.

- Claro, la gente que tiene prisa se detiene a acariciar lo primero que se le aparece en el camino –señalo con sarcasmo a Gallimard. Con un movimiento ágil tomó la mano de Filomena-, ¿Creo que una taza de café es una mejor excusa para retrasarte que un gato desconocido, no? Además, parece que se avecina una tormenta. Deja que ella humedezca las calles; tú no.

Filomena levantó su mirada. Milena tenía un hermoso rostro. Y no sólo eso, había logrado hacer que ella olvidará el suplicio en el que se encontraba. Algo tenía esa argentina. No debía perder el sendero. Cuando se tiene la oportunidad de contrariar el dolor no debe dudarse. Apretó levemente la mano de Milena y camino con ella hacia la puerta abierta.


Gallimard se quedó en el corredor, lamiéndose.


*


Filomena puso al tanto de su situación a Milena, le había tomado mucha confianza por su manera de ver las cosas, ostentaba una perspectiva menos melodramática. Ella siempre tenía una palabra en mente que hacia que las cosas perdieran su sentido trágico. Era como si una situación ardiera en un fuego constante y su criterio era el balde de agua que lograba extinguirlo. Por breves momentos la envidio, era una chica con estrella. ¡Cómo pudo equivocarse con ella!, debía confiar menos en su prejuicios. A cada tanto, Milena, se levantaba de su lugar a la cocina, preparando todo para el café, eso sí, con mucho cuidado de no parecer impasible. Siempre sonriéndole como si se conocieran de toda la vida. Cosa aparte era Gallimard, quien se acicalaba en uno de los sillones, indiferente de todo el ajetreo que se desmenuzaba alrededor suyo.

Milena asomó su cabeza por una columna:

- -¿Quieres azúcar, Filomena? –dijo desde ahí mientras pensaba que nunca olvidaría ese nombre.

- Por favor…, sería un error tomar un café sin azúcar en este momento de mi vida.

Milena rió fuertemente adentrándose nuevamente en la cocina. Un barrullo de trastos se escuchó. Milena gritó que todo estaba bien, que había sido un trueno, no ella. Filomena sonrió, pero sólo para sí misma. Cuando vio a Milena aparecer con las dos tazas exultando el vaho del agua caliente sonrió nuevamente.

- De que te ríes, eh -le dijo a Filomena. Colocó las tazas en la mesa del centro-. Sé perfectamente que no tengo el garbo de Ingrid Bergman.

- De nada. Es que me recuerdas a alguien. Sólo es eso…–añadió.

- Eso es exactamente lo que te dicen las personas cuando extrañan a otra, y quieren que tu suplas su ausencia. Y en mi caso soy Cristina, no.

Filomena bebió el primer sorbo de café y pensó que si, en efecto, Milena era Cristina, porque era ella quien le había prometido tomar café en el desayuno. Pero se había ido, sin previo aviso.

- Nada de eso… -mintió.

- ¿Y que piensas hacer, Filomena? Es decir, no puedes tener a tu esposo, el padre de tu hijo, en zozobra todo este tiempo. No tomes el papel de arpía en todo este quilombo.

Milena tiene razón, pensó Filomena. No había pensado en Richard. Se sintió miserable por haber sido tan egoísta en estos dos últimos días. Y más con alguien que había demostrado amarla tanto. Y aún peor, por algo que no tenía sentido. Ni pies ni cabeza. Nada, eso es lo que le había dejado Cristina con su repentina partida: Nada.

- No lo sé, aún –dijo poniendo la taza nuevamente en sus labios.

- Sólo espero que el sufrimiento valga la pena –sonrió. Bebió un poco de café, le hacia un poco de azúcar al suyo, se sirvió un poco.

- Gracias por tu honestidad. Algo de eso me hace bien, tanto como el café. ¡Dulce…! ¿Podrías ponerle dos cucharadas de azúcar a tus próximas palabras? No creo poder soportar otra “granada” como esa última…

Las dos rieron, al compás, fuertemente. Tanto que despertaron a Gallimard quien las vio sin entender nada, para luego volver a dormirse. Se detuvieron, luego se vieron, y empezaron a reír nuevamente, esta vez, durante largo tiempo.

Los truenos eran cada vez eran más constantes.

Milena fue la primera en terminar su café, así que fue a la cocina a preparar otra taza. Durante ese tiempo Filomena aprovechó a ver la habitación con más detenimiento. Un planeo por la habitación le llevó a la conclusión de que la sala no era muy grande, pero gracias a la manera en que estaban dispuestos los muebles resultaba acogedora, sobria, como sala de espera de una clínica dentista. Rió al darse cuenta de la mala comparación que hizo. Empezó de nuevo, y vio la enorme lámpara en el centro de la marquesina daba un aire de palacio en miniatura. Eso estaba mejor. Sobre una mesa había una pequeña lámpara encendida, todo ese rincón estaba iluminado y la pared color melón destellaba como oro. Los pocos cuadros parecían no tener nada que ver con Milena, ni con el resto de la decoración. Entre las cosas que más llamaron su atención, se encontraba una serie de libros con pasta dura puestos en recua en una esquinera. Leyó la portada del primer libro, luego dijo:

- ¿Sabes francés, Milena?

- Si lo dices por los libros, no. Esa es una colección de un amigo mío –contestó desde la cocina-, los dejó ahí, nunca regresó por ellos. Bueno, creo que amigo no fue la palabra adecuada… Son libros de Marcel Proust, fue de uno de ellos de donde obtuve el nombre Gallimard. ¿Sabes algo a cerca de Proust?

- Un poco. Ese “amigo tuyo”… ¿Te mencionó algo a cerca del affaire Proust? –la última vez que había dicho una palabra en francés había sido para Cristina.

- Veo que tu sí sabes francés, eh.

- No, en realidad es Cristina quien sabe.

- Entonces fue ella quien te menciono eso del… ¿Cómo has dicho…?

- ¡Affaire Proust!

- Eso impronunciable. –dijo mientras regresaba con su taza de café. Se acomodó en el diván-, bueno, vas a decirme lo de Proust o no.

- ¡Oh, sí! Hay muchas versiones sobre el asunto, eso me dijo Cristina…

- Entonces no dirás nada… relevante –rió-, vamos déjame algo con lo que pueda presumir la próxima vez que me pregunten sobre esos libros viejos. Algo además del polvo que han acumulado todo este tiempo.

- Bien. Era algo como que Marcel Proust escribió unas cartas al dueño de una editorial francesa, Gaston Gallimard, en ellas le proponía publicar uno de sus escritos, pero la reputación snob de Proust no ayudo a sus intereses. Uno de los colaboradores de Gallimard o socio, no recuerdo bien, lo rechazó ¡Ni si quiera se molesto en leer la obra! ¿Cuál crees que era la obra?

- ¡Una de esas! –señalando con la cucharita.

- ¡Puede que sí! No he visto todos. En fin, la obra era “A la recherche du temps perdu”, En busca del tiempo pérdido.

- Ah…, pero no entiendo, si dices que la editorial no público la obra de Proust, por qué aparece el nombre de Gallimard en esos libros.

- La historia no termina ahí. Eso que te cuento de las cartas fue en 1913. Proust desilusionado puso de su bolsillo para la publicación del escrito en otra editorial. El texto recibió buenas críticas en las revistas de literatura de ese tiempo. Fue entonces, que Gallimard y sus huestes se dieron cuenta del error que habían cometido. Luego el tipo que había rechazado su carta; Gide… ¡Schlumbergery Gide!, le envío una carta pidiendo disculpas por haber rechazado su trabajo. En fin, años después la editorial de Gallimard se hizo con los derechos de los escritos de Proust. Y los libros que tú tienes, son parte, quizás, de una colección de Librairie Gallimard. ¡C’est tout!

- Bien, esos libros ahora tiene otro significado para mí. ¿Cuánto crees que podrían darme por toda la colección, eh? Podríamos compartir las ganancias…

- Moitié-moitié, ¡mitad y mitad!…-Un nuevo trueno hizo vibrar los cristales, y la sonrisa fue desapareciendo poco a poco de su rostro-, creo que debo irme, ya he terminado mi café –se levantó del diván con presura.

- ¿No tienes otra anécdota sobre algún otro artilugio en esta habitación? –dijo levantándose del asiento también.

- No, lo siento. –Dijo mientras dejaba la taza en la mesa- Debo irme. Además, has dicho “una taza de café” por mis lágrimas, no.

- ¡No tardará en empezar a llover! Eso es una mejor excusa que una taza de café.

- Aún así, no veo algún inconveniente. No quiero ser irrespetuosa contigo, pero no deja de ser agua sobre mis hombros para purificar mis penas.

- Claro. Conocí a un tipo que me dijo, “la lluvia es una caricia leve sin presunciones”.

- Touché. Eso me deja más serena….

- A mi también. Me alegra haber compartido una taza de café contigo, Filomena. Gracias por lo de…-no podría mencionar las palabras con un francés tan espléndido como el de ella-, Proust. Y espero que tus dilemas se disuelvan como azúcar en una taza de café.

- Eso, y que su regusto sepa de igual manera: dulce. Au revoir…

Se dieron un fuerte abrazo, luego un beso en cada mejilla. Milena le obsequió una sonrisa antes de volver a sentarse en el diván y tomar un sorbo de café caliente.

Antes de salir de la habitación, Filomena, dio una última-fugaz caricia en el pelaje obscuro de Gallimard. Al cerrar la puerta se sintió con mayor fuerza, como con más energía, las cosas tenían un tinte diferente ahora. Frotó su vientre. Gracias Milena, pensó antes de verse en el solitario corredor.

Filomena descendió las escalinatas sin rumbo predeterminado, pasó junto a la recepción sin siquiera ver el reloj, abrió la puerta principal y salió. Las dos calles parecían ser una buena opción de escape. La primer gota de lluvia cayó sobre sus labios, desde su lengua sintió regusto dulce que se esparció por su boca y le provoco una fruición indescriptible. Eso seguramente era una buena señal. Dio el primer paso sobre pavimento que empezaba a oscurecer por las miles gotas de lluvia que en él se estrellaban.


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