agosto 26, 2011

Un recuerdo simultaneo/ Ova V

*

Las palabras se le habían quedado atorradas en la garganta como si supieran que al salir iban a ser degolladas de un tajo. El aire del silencio dentro de Filomena había hecho desparecer cualquier atisbo de idea manifiesta que se interpuso entre él y su objetivo principal: acrecentar el pavor. El instinto de supervivencia había sido reducido a escombros. La respiración entrecortada de Filomena era fácilmente superada por el ruido del motor encendido que carraspeaba mientras la máquina de saber cuantos caballos de fuerza permanecía detenida sobre el asfalto todavía húmedo. Los músculos del cuerpo, acalambrados, pero sin el dolor que siempre lo acompaña. Solamente la necesidad de querer permanecer quieto. De ser auxiliado…

Un leve movimiento de muñeca y los rugidos del escape habrían hecho ver a cualquier sonido en aquella esquina, y su derredor más cercano, como un anodino maullido de gato famélico.

Filomena miraba como los automóviles que pasaban a gran velocidad frente a ella bocinaban. Encendían las luces pide vías para girar hacia la calle. Conductores que lanzaban la colilla de cigarro por la ventanilla o dejando un fragmento de conversación que se escapa como una hoja seca revoloteando por una corriente de aire. El andar de las personas. Todos absortos en sus problemas. Impasible ante el peligro que ella corría al estar parada en aquella esquina, frente aquel hombre que simplemente la observaba desde la motocicleta, estirando su mano hacia ella, en señal de…

- Sube amor. No te resistas, no creo que estés en posición de hacerlo -la voz de Richard sonaba como advertencia-, por tu integridad, y la de Cristina, no hagas una escena. Vamos, Cristina nos espera -introduciendo su mano enguantada dentro del bolsillo de la chaqueta-, ¿Reconoces estas llaves, no?

- ¿Qué carajos haces con las llaves del auto de Cristina, Richard? -subo voz sonó entrecortada por más que hizo el esfuerzo de imprimir la fuerza suficiente para hacer recular las intenciones desconocidas de él. El efecto fue el mismo- ¿Dónde esta Cristina? -Agregó.

- Así que no sabes donde esta tu… -sabía que si decía la palabra que realmente estaba pensando echaría al suelo el castillo de naipes-. En casa. En nuestra casa. Dijo que viniera por ti… mientras tomaba un baño. Creo que dijo que no había podido hacerlo en su departamento.

Richard hizo lo posible por que su voz pareciera una caricia leve como pidiendo permiso para dar un beso.

- Ajá. ¿Y cómo diablos sabías que yo estaba aquí? ¡Acaso eso también te lo dijo…!

- Baja la voz, amor. El enojo le sienta mal a nuestro hijo. ¿Acaso quieres hacer esperar a Cristina? Para este entonces ya habrá puesto la cafetera, también dijo algo sobre tomar un poco de café. Tampoco pudo hacerlo antes de salir como energúmeno esta mañana… esas fueron sus palabras -Richard espero la reacción de Filomena-; acaso la verdad no parece una soga en nuestro cuello apretando fuertemente…

Ella sopeso las probabilidades de que lo que Richard le decía fuera cierto. Maldijo al darse cuenta de que eran muy altas. Su fe en él estaba siendo demasiada condescendiente, y con lo que salía de su boca. Aunque no estaba muy segura de que lo que haría, dio un paso hacía la motocicleta…

- De acuerdo, vamos con ella -cuando iba a subir a la motocicleta vio una mancha de sangre fresca sobre la lona del pantalón de Richard y se alejó rápidamente como si hubiera pisado lava volcánica- ¿De quién es esa sangre? ¿Le has hecho daño a Cristina, maldito?

Richard no dejó que la última palabra surtiera efecto, incordiándolo. Ni que su preocupación se hiciera mostrar. Había sido un estúpido subestimando a Filomena, pensando que no ser daría cuenta de detalles nimios como ese. Sabía muy bien que no tuvo tiempo de limpiar su pantalón antes de salir en busca de Filomena así que sonrió con sinceridad postiza y dijo con voz suave:

- Baja la maldita voz. Sube a la motocicleta -sabía que se balanceaba sobre un hilo muy delgado. Un paso en falso y todo al garete-. Deja la paranoia dentro del cajón…, ella esta bien. Es más, tenemos algo que decirte. Es por eso estoy aquí. Ella me dijo que seguramente estarías caminando sin sentido, sabes, mejor de lo que pensaba. Todas sus suposiciones han sido casi acertadas. -Al ver que el gesto de enojo desaparecía del rostro de Filomena supo que estaba en tierras menos resbaladizas. Solo había que decirle algo como Cristina lo haría y listo, ella estaría sobre una bandeja de plata-. Mira hacia aquellas cristales -movió su cabeza rápidamente hacia el edifico de la par que tenía enormes vidrios como puerta de entrada-, y podrás ver tu patético remordimiento cobrando vida. No debes preocuparte, no estoy molesto contigo. Nadie lo esta.

- ¿Qué quieres decir con eso, eh? -Frunció el ceño de la frente.

- No me malinterpretes, amor. Lo que intento decirte es que… yo contacte a Cristina. ¿Ella no lo menciono anoche? -Filomena hizo un gesto negativo con la cabeza. Como carajos sabía él que había pasado la noche con Cristina. La balanza se balanceaba en favor de Richard-. Oh, eso me tranquiliza. Pudo haber dicho cosas que no eran. Es una maldita hija de perra, lo sabes.

- No tienes ningún derecho de expresarte así de ella. Ten cuidado con lo que dices y como lo dices, Richard. Puedes hacer que me de la vuelta y siga mi camino -rápidamente agregó como si se le hubiera olvidado bajar su carta ganadora en un juego de póker-, y hacer que la policía te detenga, también, por la mancha de sangre que llevas en la pernera… ¿De-quién-es-la-maldita-sangre, Richard?

“Déjame que te explique -sabía que si decía la verdad la amenaza de Filomena dejaría de ser eso, una pueril amenaza de niña asustada. Debía empezar de nuevo. Hacia tierras más seguras Richard, se dijo-. Voy a explicarte. Le dije a Cristina que llegará a la fuente del parque, que nosotros llegaríamos casi al atardecer, que fuera puntual -La voz había perdido cualquier tono de inseguridad. Era como si fuera otra persona la que estuviera hablando por él. La certeza de saber que no mentía lo había dotado de un aire de solemnidad discursiva en que las palabras salían de su boca como pétalos de rosas recién cortadas. Descargando una especie de fragancia hipnótica-. Lo único que yo quería era que hablarán, ustedes dos, de… sus cosas…, sé perfectamente que nunca ha existido un punto final entre ustedes. ¡Que rieran un poco! ¡Como tu misma me has dicho que hacían! Pero me dijo que debía pagarle una cantidad de dinero para soportar el estar contigo ese rato. Y lo hice, quería hacerte un obsequio, antes que el bebe este con nosotros… -Filomena negó con la cabeza. No podía creer lo que Richard le decía como si le estuviera dando la hora. Tampoco soporto el peso de las lágrimas sobre el filo de sus finas pestañas-. “Déjala que llore; siempre encuentra una sensación de confort renovador en las gotas saladas. Es mejor eso que una escena cargada de drama…”, me aconsejo antes de entrar al baño cubierta con tu albornoz rosa -Hizo una pausa corta para tomar un poco de aire y para que Filomena atará cabos entre lo que le decía, los recuerdos que tenía de Cristina y de su forma impasible de decir las cosas, muy a su estilo, sin importar que lanzaba una granada de fragmentación sobre el rostro de alguien-. Perdón, las cosas se me fueron de las manos. Recuerdas que acepte tu idea de ir a tomar algo, no…-Apagó el motor de la motocicleta y se acercó lentamente a Filomena que tenía la cabeza baja viendo como sus lágrimas se estrellaban contra el suelo. Richard sostuvo el rostro de Filomena entre sus manos y lo elevó hasta ver los ojos húmedos. Las mejillas cubiertas de maquillaje regado-, ¡La mesa arreglada previamente! Iba a decírtelo. Darte la sorpresa, pero cuando regrese con tu taza de chocolate, ya no estabas. Desapareciste. El anciano de la otra mesa me dijo que te habías ido con una chica; fue sencillo hacer la conexión al ver que ella tampoco estaba en la fuente esperando a mi señal para acercarse a la mesa. Ese era el plan. Lo que habíamos acordado. Pero tú sabes, mejor que yo, que cuando se trata de que las cosas cobren forma ella debe ser quien de hasta el último retoque hasta que su vanidad quede satisfecha. Nunca estarás seguro de que los planes saldrán como esperas si ella forma parte también de ellos. Es como el caos de la vida (y su opción no prevista) que te toma por sorpresa. -Filomena le dio la razón en su mente. La había abandonado en el departamento con sus planes de desayuno perfecto y revolcón matutino. No mentía. Ella era así, una peculiaridad cristinesca, como los tatuajes que llevaba sobre su piel-. Eso lo comprendí muy tarde, amor. Ni siquiera me preocupe de llamar a tu madre o alguna de tus amigas. Sabía perfectamente que estabas con ella. Pero el egoísmo de Cristina, al parecer, pudo más que los planes que hice. “Hicimos”. Esta mañana me llamo y dijo que rompía con el trato, que quería el dinero en efectivo, que estaba harta de ti y de tus…, logré que se tranquilizará un poco, luego---”.

- Calla. Por favor…, no digas más, Richard -Apartándose del alcance de las manos de él y limpiando su rostro con la manga de su remera. Por un momento vio hacia la vitrina: ahí estaba su maldito remordimiento acompañándola como si fuera su sombra. Había estado soportando el peso de una cruz que no le correspondía-. Quiero que ella me diga todo a la cara. Vamos a ver si tiene los suficientes cojones para hacerlo. Eso, y si le doy el tiempo necesario para terminar con su cuentico de mierda antes de hacerla añicos con mis propias manos…

Cuando Filomena tomo el casco que había colocado en uno de los retrovisores de la motocicleta y se lo colocó con presura, Richard supo que había picado la carnada. Había resultado más sencillo de lo que él, o Cristina, hubieran pensado. No había sido como el pez que al darse cuenta de que ha mordido el anzuelo lucha con todas sus fuerzas, hasta que estas desaparecen, con el lenitivo de saber que ha dado todo antes de haber sido derrotado.

Ni siquiera se ha dado cuenta de que esta pisando la entrada de laberinto de engaños; y su terreno encenagado, pensó Richard. Y le dijo:

- ¿Es cierto que eso que dices? ¿Estas segura de que, al momento de verla, tu cólera no será más que miel sobre hojuelas? Y que lo único que ella recibirá de ti no será un beso apasionado luego de haber escuchado el “cuentico de mierda” que dices.

- Creí que teníamos prisa… -Giró hacia donde él estaba-. Podrías poner un arma en mi mano y no dudaría en endosarle una bala en medio de las cejas.

- En ese caso, creo que tengo una idea mejor. Iremos a un lugar antes de ir a casa, amor. Si quieres que Dios no interceda en tus planes debes improvisar…

Richard había dicho eso último sabiendo que nada de lo que decía, o haría minutos más tarde, era improvisado. Cada detalle, o inconveniente, el lo había previsto con anterioridad.

A diferencia de Cristina que había salido de su departamento pensando que haría morder el polvo al tipo que la incordio con su insolente llamada, sin saber que, el mismo tipo era quien la tenía postrada sobre una de lámina de cartón con un tiro en la cabeza.

Había hecho un trato con el Diablo, suponiendo que se saldría con la suya, pavoneándose con el dulce saborcillo de la victoria alcanzada. Ahora casi perdida, mientras se desangraba sobre un suelo frío como tempano de hielo. Tratando de recordar lo que había sucedido, de armar el rompecabezas de lo ya vivido, con el reguero de fragmentos de recuerdo desordenados sobre la moqueta obscura de su memoria desfragmentada. Con los quejidos ocasionados por el dolor como únicos compañeros de celda. Teniendo la sensación de que la sangre derramándose sobre el suelo, no era lo único que se alejaba, ahí también partía su fe en si misma. Alejándose, lentamente, como la fragancia del perfume de Filomena impregnado en su cabello ensangrentado. Cayendo en la cuenta de que el dolor de saber que las piezas que había movido erróneamente en el tablero, era aún más fuerte que el producido por el agujero en su cráneo. Carraspeando en busca de una palabra bien articulada. Con los ojos a medio abrir, adaptándose a una obscuridad a la que ella misma los había conducido; acumulando las pocas imágenes reconocibles. Y entre esas representaciones difusas de espejismos actuando como anclas de la realidad, pudo percibir las de algo parecido aun calzado.

¿Acaso era su captor quien había regresado a endosarle el tiro de gracia como el cobarde que era?

Sin haberla visto directo a los ojos.

Quiso maldecirlo. No pudo, un quejido lastimero fui lo único que logro espetar. Luego, sintió otra presencia. El dolor punzante la hizo revolverse entre el charco de sangre nuevamente.

Y Filomena al tanto de todo.

El cuerpo laxo frente a ella. Insensible ante el dolor ajeno. Sin el remordimiento reflejándose sobre el espejo oculto tras la obscuridad de aquel cuartucho en que la venganza habría de cobrarse una vida…


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