agosto 22, 2011

Un recuerdo simultáneo/ Quinto Capítulo/ Segunda Parte

*

Giró hacia a la calle. El volante cedió milésimas antes de que el semáforo cambiará a verde y el tráfico que esperaba impaciente prosiguiera su marcha. Había sido un giro perfecto, el rechinido de las gomas hizo voltear a más de un peatón en la acera que estaba a pocos metros. Por un momento pensó que la carrocería iba a ceder y que iba a estrellarse contra aquel muro…

Enderezó el volante. Sobre el borde de la avenida, en la otra esquina, Cristina vio un auto detenido por el semáforo que se alzaba entre cables de electricidad, y más allá, muy en el fondo, una enorme nube que empezaba a tornarse gris.

La longitud de la calle tenía suficiente espacio para disminuir la velocidad sin necesidad de derrapar en el pavimento. Ya empezaba a hartarse de neumáticos lamentándose como gatos a medianoche sobre el tejado. Dio gracias al cielo, de no haber ido a parar contra el muro que estaba en la esquina. Por un momento dudo de sus capacidades como conductora. Se juró a sí misma que no haría algo parecido en el transcurso del día. Si existía la posibilidad de tener una sobredosis de adrenalina en el cuerpo, ella, la había experimentado. El efecto era similar al orgasmo que tuvo la noche anterior. La similitud le llevo a pensar en Filomena.

Seguramente aún estaría envuelta en las sábanas blancas de su cama.

Detuvo el auto en medio de la calle. El conductor del BMW que se aproximaba podía empezar a fastidiar con su maldito claxon, ella no se movería. Una piedra en el camino, se dijo. Dejó caer todo su peso sobre el respaldo del asiento y un resoplido cayó sobre sus nudillos, aún dolorosos, como un martillazo. Por la fuerza con que apretaba el manubrio las venas en sus manos resaltaban sobre su piel como figuras de plastilina sobre papel. O como si alguien le estuviera apretando fuertemente la muñeca queriendo hacer que estallarán como globos atiborrados con agua.

Tras un momento se sintió… liviana. No había cruz sobre sus hombros que la hiciera caer tres veces. Ni ningún infierno debajo de sus pies a donde ir a parar tras ser desterrada.

Un motor, no muy lejos de ella, crujió como caldera de locomotora. Recostó su cabeza sobre el timón, no podía ser cierto, luego cruzó la mirada sobre el parabrisas y ahí estaba: el motorista. Aunque si no hubiera sido por él, pensó, seguramente, aún estaría en aquella fila que avanzaba como si fuera una caravana de autos hacia el cementerio.

Cristina rió, nerviosamente. Sabía que por muy poco lo había logrado.

Los autos la rebasaban por un costado, haciendo que los retrovisores rozarán. Avanzaban, lentamente, pero luego de franquearla, la velocidad aumentaba lo suficiente como hacer pensar a Cristina que había valido la pena aquella jugada suicida.

Cristina no perdió de vista al motorista, que hizo un nuevo giro, esta vez, hacia su derecha, sobre un pequeño callejón. Los autos que le seguían no emularon su maniobra.

Eran pocos los que conocían ése atajo. Era una especie de secreto para aquellos que vivían en los alrededores. Eso llamo la atención de Cristina, quien ya se había puesto en marcha y que estaba a pocos metros de la entrada al callejón.

¿Acaso ese tipo era uno de los vecinos del edificio (o de edificios adyacentes) que nunca habían despertado interés en ella?

El tipo tenía demasiados trucos bajo la manga. Demasiados para alguien quien ha tomado, al parecer, muchos riesgos en su vida.

Cristina decidió que alguien así no podía ser alguien a quien no conocía. Debía ver el rostro de aquel tipo.

Conocerlo o reconocerlo.

Ese era el tipo de juegos de coincidencia que la atraían con mucha facilidad como una gota de miel que cae sobre el césped muy cerca de donde marcha una fila de hormigas.

Debía asegurarse de que las ideas de Destino Predestinado que tenía Filomena como Leyes A Seguir, eran una completa estupidez de cálculo sobre conocimiento de detalles muy particulares.

Luego, podría seguir con lo suyo.

No faltaba mucho para llegar al cruce. Accionó el pide vías.

Al ver hacia arriba se topo con las enormes paredes de ladrillos que se alzan sobre los costados de la calle, desde el pavimento hasta donde la imagen se distorsionada en el borde del parabrisas.

No había nada ahí, más que la vía, ese era la marca registrada de la casa.

El corredor de ladrillo.

En los años 60, aquel callejón, había sido previsto como un lugar para descarga de mercadería, pero luego, mientras se construían las edificaciones, se tuvieron que añadir unas columnas más, lo que había provocado que el grosor de los edificios aumentara, y que la calle tuviera tal estrechez que hacia imposible la posibilidad de que camiones entrarán ahí. Un error de cálculo de los ingenieros que pocos ciudadanos, quienes lo conocían, agradecían, por ser una opción de acortamiento para su periplo. Y más, en días de congestionamiento.

En medio de la estrecha calle, se encontraba la motocicleta aparcada junto al borde del arcén, su conductor había desaparecido. Desde donde estaba, podía verse el tenue humo del motor recién apagado elevarse como una bocanada de cigarro expelido. Cristina hizo un planeo de la calle, un poco aturdida. La soledad del callejón la desconcertó aún más. Nadie podía desaparecer, así nomás. Y dejar una motocicleta abandonada. Y aunque era una idea tentadora, ni siquiera ella, la habría llevado acabo.

Disminuyó la velocidad al estar a pocos metros.

Al estar junto a la motocicleta, la tentación de descender del auto fue instantánea. Vio por el retrovisor, pero nada. Muy detrás de ella, sólo se veía el andar de automóviles y de peatones. Apagó el motor del auto, quito el seguro y abrió un poco la puerta, lo suficiente como para poner un pie sobre el pavimento y mientras quitaba la llave de la hendidura…

Cristina sólo oyó un ruido como de cristal roto y luego cayó al suelo. Su cuerpo se derrumbó hacia la puerta a medio abrir hasta dar contra el concreto. El golpe hizo que empezará a perder el conocimiento, lentamente. Un marreo le hizo pensar que estaba como en un de esos sueños en los que se quiere despertar pero no es posible. Intento abrir los ojos, pero un fuerte dolor en su cabeza pudo más; los cerró con más fuerza como si fuera la solución para disminuir el sufrimiento. Que apenas iniciaba.

Su mano izquierda había quedado atrapada por su propio peso, podía sentir un par de sus costillas. La otra mano, expedita, la llevó hacia su cabeza; sintió un líquido espeso entre sus cabellos. Sabía muy bien que eso era sangre, y que, por la cantidad, la herida era grave. Intento moverse en vano. Quizás tenía el cuello quebrado, carajo. Una de sus piernas había quedado atrapada en uno de los pedales, lo cual ocasionaba un dolor punzante en su tobillo. Su cadera estaba torcida, soportando la presión que ejercía el sillón y el vaquero contra la piel como si fuera una lija queriendo degastar la madera hasta dejar lisa la superficie.

¿Algo más que agregar a la lista de mi sufrimiento? A quien carajos tengo que atribuirle esto, pensó Cristina mientras pensaba si la hubieran lanzado al mar encadenada de pies y manos, luego de ser asegurado todo con candados sería un juego de niños.

Si tan sólo su cuerpo tuviera un poco de esa actitud revoltosa que tenía ahora el ejercito de ideas que salían de algún lugar en su cabeza disparadas como petardos encendidos todos al mismo tiempo.

Estar a oscuras en plena luz del día no era exactamente disfrutar de una estancia en el Destino Predestinado.

El dedo índice de su mano liberada se movió como ala de mariposa recién pisoteada. No estaba muy lejos de sentirse igual. Había pasado mucho tiempo desde que no se sentía tan vulnerable.

Asustada.

Cristina escuchó el ruido de suelas sobre el pavimento.

Los pasos eran espaciados, con cautela. Tres pisadas lentas, un anodino silencio, y luego las tres pisadas otra vez.

¿Acaso los leones se calzan antes de devorar a su presa?, pensó.

Aquello era un acorde desquiciado como aquel pato de hule en Bike acercándose hacia donde ella estaba. Intento hablar, pedir ayuda, o gritarle a quien estuviera cerca que si iba a hacer algo que lo hiciera de una vez y que se dejará de suspensos de mierda. Pero no pudo, las palabras habían desaparecido junto con los rayos del sol. Su cara estaba contra el pavimento aplastando sus labios como cuando niña empañaba los cristales para luego escribir su nombré en él. Se sintió miserable por el estado en que se encontraba. Luego sintió que las fuerzas la abandonaban a su suerte sobre un barco de papel que iba sobre aguas sucias directo a un tragante que exultaba un hedor de mil demonios. El consuelo ya era un cadáver reposando en el fondo de aquellas aguas fétidas junto con su maldita suerte. Que sólo había durado un timoneo media calle atrás de donde estaba, inerme.

Cristina no supo si el reciente dolor en sus costillas era la punta de una lanza atravesando su carne.

Los pasos parecían estar muy cerca de la oreja cubierta por una maraña de cabellos ensangrentados. El sentido de confusión había alcanzado los pensamientos de Cristina que no sabía si en realidad vivía aquella desgracia o se encontraba en su cama, junto a Filomena. Y que no, aquel dolor no era real. Era producto de su imaginación. Que la brújula de las ideas errantes reposa en los prejuicios del ojo humano. Y que ese adagio que dice que si los ojos son cegados no hay dolor; tenía mucho de ser un maldito juego de palabras con engaño.

- No intente moverse. –el aire cruzo sus cabellos ensangrentados haciendo que estos se agitaran. Sintió un pequeño cosquilleo en la parte más cavernosa de su oreja-. Al parecer se ha hecho un corte profundo en la frente al caer contra suelo. Voy a intentar mover su cabeza hacia… ¡Oh, Dios mío! –la voz le pareció conocida, pero Cristina no podía estar segura de eso, quizás era otra de sus repentinas alucinaciones-. ¡Creo que le han disparado! Voy a llevarla a un hospital. –Escuchaba las palabras pero casi no podía comprender lo que significaban-. Esta perdiendo demasiada sangre…, déjeme ir a mi auto a traer una toalla o algo para detener la hemorragia – ¡Entonces no eres el motorista, eh!, pensó Cristina. El pensamiento apareció como si fuera el último aliento de vida en su cabeza. Escuchó los pasos alejarse, rápidamente, no supo exactamente que tanto, el eco dificultaba su capacidad de llevar la cuenta. Pocos segundos después ya venían de regreso. Multiplicándose-. Traje un poco de agua embotellada, quizás pueda quitarle un poco de sangre y ver que tan lejos se alojo la bala. Pero no debe preocuparse, voy a llevarla a un hospital. Pronto…

Hospital. Fue la última palabra que escucho Cristina antes de perder el conocimiento casi por completo…, sintió como su cuerpo era levantado en brazos y el agua fría recorría su rostro hasta caer al pavimento ensangrentado: el líquido cayendo hacia el concreto mientras su cuerpo era drenado.

Cristina se sintió en otro lugar, a pesar de que la obscuridad seguía siendo la misma.

"Y si en realidad, ya estoy en una sala de Urgencias. Siendo atendida por… y, si… si…, siempre lo estuve; quizás nunca llegue a dar aquella vuelta a la calle. Quizás si fue a estrellarme a la pared de aquella esquina.

O si…,

Mi carro destrozado en la vía contraria. Yo, dentro, atrapada entre los hierros retorcidos, con los huesos añicos. Sufriendo en silencio. Sin dolor alguno. Obscuridad total. Muriendo, imaginando que… daba aquella… viendo cosas que en realidad nunca sucedieron. Luego la ambulancia abriéndose paso en el tráfico. Los médicos resucitándome, luego llevándome a toda velocidad a la sala de Urgencias, en donde ahora me encuentro. No, no, ¡yo di esa maldita vuelta!; y si... en realidad… ¡Nunca entre al corredor de ladrillo…! Ni me detuve junto a la motocicleta detenida. En realidad ¿Dónde carajos estoy?".

El cuerpo de Cristina se desplomó en aquellos brazos que se tensaron aún más.

¿En los brazos de quien?

¿A quién habría que atribuirle ese as bajo la manga que confundía a Cristina?

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