agosto 29, 2011

Un recuerdo simultaneo/ Capítulo Final 1/4

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La velocidad con la que dejaban atrás a los automóviles causó un poco de vértigo a Filomena que se aferraba con todas sus fuerzas de la cintura ceñida de Richard. Al ver que sus brazos perdían la fuerza de agarre le pidió que disminuyera la velocidad o detuviera la motocicleta hasta que la sensación desapareciera por completo.

Richard pensó que era un ardid, pero flaqueo cuando Filomena se lo pidió por segunda vez y amenazo con saltar de la motocicleta en movimiento.

Richard optó por la segunda.

Habría previsto algo así. Pensó por varios minutos. El silencio y sus ideas en un coito. Luego, sensatamente, se decidió por el lugar que representaba menor riesgo de pormenores. Aparcó cerca de un parque donde había pocas personas caminando y varias bancas vacías a una distancia considerada entre una y otra, casi todas cubiertas, por los gruesos troncos de robles que formaban una especie de escondrijo resguardado por la espesa capa de tonos verdes que alcanzaba los cables de electricidad. Eso significaba que la probabilidad de toparse con desconocido queriendo preguntar la hora era casi nula. Nada podía alterar el orden de las cosas si hacia que la cautela fuera su peón de batalla, eso si, tratando de no levantar sospechas, el camuflaje de pasar inadvertidos; disimulando ser una pareja común de esposos haciendo un paseo dominical donde aplacar el estrés de una semana cargada de horas continúas frente al computador y quehaceres domésticos es sinónimo de “privacidad”.

Siempre mostrando un aire de desinterés compartido hacia el mundo.

Aunque Richard hubiera preferido estar en un desierto sin nada que pudiera ayudar a Filomena a escapar, supo en el mismo momento de disminuir la velocidad, que eso era imposible así que debía estar preparado para montar teatro frente al tipo que estuviera paseando a su perro con correa, saludando afablemente con una sonrisa en la boca, dando un pequeño caricia al animal y teniendo sumo cuidado de no soltar la mano de su amada esposa, embarazada. Debía estar alerta a pesar de la actitud de Filomena a quien ya se le había borrado la cara de desconfianza. La de rabia permanecía oculta tras su fría mirada. Estaba volviendo a ser la marioneta de carne que era en casa pero con el rictus de rabia permaneciendo en primer plano.

A Richard no le preocupo en nada la parada, tenía el tiempo suficiente para actuar de manera eficaz como un engranaje que se ha adaptado a trabajar de forma mecánica. No tenía ninguna prisa. Además debía proyectar seguridad como el comandante de un batallón que da órdenes precisas de cómo actuar sin dar el menor albor de sospecha a sus subordinados de la turbación que le oprime por dentro.

Eso, y por que no, acrecentar la duración del placer de saber que las cosas iban bien. Estirándose como goma elástica previendo su punto de quiebre.

Richard fue el primero en bajar, luego ayudo a Filomena quien le dio las gracias cuando piso tierra firme. La llevo de la mano hacia una banca de madera debajo de la sombra de un árbol. Le pregunto si no quería algo de tomar, podía adquirir una bebida fría en el dispensario de la esquina. Ella negó con la cabeza y se acomodo sobre la madera roída sostenida por unos gruesos tubos de metal herrumbrosos. Al ver que estaba cómoda, Richard, busco entre los bolsillos de su pantalón algunas monedas, debía llamar a su prima Charlotte, fue ella quien le había prestado la motocicleta de su esposo.

Era una emergencia así que no podía negarse a dármela, le había dicho cuando ella cuestiono tal gratitud.

La cabina telefónica estaba lo suficientemente alejada para que Filomena no escuchara la conversación pero lo bastante cerca para reaccionar si se le ocurría salir huyendo. Le dio un beso en la mejilla antes de alejarse sopesando las monedas entre su mano diestra. Cuando se había alejado varios metros volteo hacia ella y le dijo:

- Si me sobran monedas hare una llamada a casa. Quiero asegurarme que todo esta bien en casa -explico-, y bueno, quizás Cristina quiera que compremos algo en el camino para el desayuno.

- ¡Dile que quiero el café bien cargado! -Gritó.

- Claro -dijo y se alejó con paso despreocupado guardando las monedas nuevamente en el bolsillo de donde las había tomado.

Filomena no le quito los ojos de encima, se sentía mejor, las nauseas disminuían gracias al aire fresco que le daba en la cara con la fuerza de un suspiro, eso le daba espacio a su mente para tratar de descubrir los detalles no dichos, como lo había hecho Milena con ella en aquella sala sobria.

Cuando Richard llego a la cabina puso el auricular sobre un hombro e inclino la cabeza para evitar que este resbalase, y terminar meciéndose en el aire como columpio recién abandonado por un niño. Marco el número y luego deposito las monedas. Luego giró hacia donde estaba Filomena y sonrió moviendo su mano en señal de saludo.

Ella regreso el gesto, pensando:

“Sólo estas alardeando hijo de perra. Te volteas por que no confías en mí, verdad. Quieres tenerme en tu mira. La desconfianza nos sienta bien a los dos… A marcado el número con rapidez eso significa que conoce el número de memoria. Es Charlotte, no hay duda. Ella es como una hermana para él. Y Cristina es… -no supo con que palabra terminar la frase, otra idea había tomado su lugar ya-. ¿Qué tendrá de cierto todo eso que me has dicho, eh? Has omitido lo de la sangre, quizás no tuviste el tiempo suficiente para borrar la evidencia ¿Evidencia de qué? Pero no es prisa lo que tienes, si fuera así, no te hubieras detenido por motivo alguno. Pareciera como si quisieras mostrarme algo… ¿Qué? Son demasiadas interrogantes como para intentar huir en este momento. Seas como sea, existe la posibilidad de que Cristina aún permanezca con vida ¿o no? ¡Claro! ¡La necesita para hacer que sus piezas cacen a la perfección! No puede desaparecerla aún -sintió como si hubieran puesto la punta de un daga ardiente sobre su corazón palpitando-, el quiere que yo crea en él, así que no puede darse el lujo de despertar la desconfianza en mí. Su amabilidad no sería extraña bajo otras circunstancias pero en estas son un desencadenante en trabajando en su contra. Vamos a seguir con tu juego hijo de perra…”.

Sonrió para sí misma. Milena estaría muy orgullosa de sus deducciones si estuviera ahí para escucharlas de viva voz.

- ¿En que piensas, Filomena?

- Nada. -Contestó con naturalidad. Había estado tan ensimismada que no había visto a Richard acercarse, cuando reacciono ya estaba frente a ella sosteniendo un jugo de naranja puesto en un vaso plástico, sonriendo-. Gracias, te dije que no quería tomar nada…

- Me han sobrado más monedas de las que pensé. Cristina dice que todo esta bien, pero que le ha llevado mucho tiempo encontrar los cerrillos para encender la estufa. Ah, y ha dicho que al regresar le dieras un poco de tu desodorante que no lo encontró por ninguna parte. He tratado de no sonar molesto para que no sospeche nada.

- Has hecho bien.

Filomena tomo el jugo fingiendo tomar un sorbo (no debía bajar la guardia), luego escupió sobre Richard simulando un nuevo y repentino ataque de nauseas.

- Perdona, esto esta muy ácido -Simuló una cara de asco.

- No pasada nada, amor -se limpió con la servilleta de papel que le habían dado junto con las monedas de cambio y tiro el vaso plástico con jugo dentro del cesto de basura junto a la banca-. Debemos irnos…

- ¿A dónde? -Quiso saber pero sin esperanzas de obtener resultados reveladores.

- Es una sorpresa.

- Claro.

(Así que tu tampoco piensa enarbolar la bandera blanca, eh)

Disculpa, no podía desaprovechar la posibilidad de saber que era lo que me espera -Su voz sonó como la de una niña cuando la atrapan diciendo una mentira.

- Ni yo, de dejar claro que yo tampoco pienso decir nada.

La sonrisa repetitiva en el rostro de Richard ya empezaba a ponerla irascible. En pocos segundos ya estaban en marcha hacia donde todo habría de terminar. Filomena envolviendo con sus brazos la cintura de Richard y recostando su cabeza en la espalda encorvada. Los cabellos largos batiéndose en el aire, cubriendo por momentos, el rostro con mechones cegadores.

Habían alcanzado una velocidad considerada; el freno parecía descompuesto y el acelerador trabajando el doble como exhibiendo la ausencia del otro.

Las calles desoladas parecían estar dispuestas a jugar a favor de alguien:

¿La venganza de Richard?

¿La rabia de Filomena?

¿El sufrimiento de Cristina?

Los dados aún giraban en el aire sin ganador determinado.

Pero sí, con dos perjudicados…


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