agosto 30, 2011

Un recuerdo simultaneo/ Capítulo Final 2/4

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Richard hizo girar la perilla floja que había perdido gran parte de la pintura dorada, y que, a juzgar por su aspecto, la había cubierto desde varios lustros atrás. Desgastada, seguramente, por la fricción de la mano al momento de envolverla. El diseño de hojas de laurel sobre el metal curvilíneo daba la mima sensación de las costuras de una bola de beisbol al ser acariciadas con las yemas de los dedos. Al abrirse la puerta, su madera crujió como dando aviso de su llegada. Y las bisagras le hicieron coro, chirriando, implorando un poco de aceite sobre esa capa de oxido que las dotada de ese semblante descuidado, con aire de hacerlas ceder ante el próximo embate de aire ambulante.

Richard hizo una señal con la cabeza a Filomena para que entrara. Había estado parada en el rellano de la entrada con la mirada atenta a sus movimientos, como un cazador en medio de los arbustos espiando a su presa pero sin perder la oportunidad de echar un vistazo al lugar.

La fachada era enorme con aspecto de una vieja cantina del viejo oeste que no tarda en derrumbarse sobre sus propios cimientos, pero sin la puerta doble en la entrada. La pintura de la madera corroída se descascaraba dejando al descubierto diminutas horadaciones donde halos de luz se colaban. Las ventanas estaban cubiertas por gruesas capas de polvo que no dejaban ver el interior del lugar desde fuera. Filomena estaba segura que las telarañas estarían esparcidas por todo el techo sin temor de ser apartadas por los cabellos de una escoba y que con el polvo acumulado bien podrían encontrarse en una tormenta de arena. El olor húmedo que provenía de dentro casi regresar sobres sus pasos, rápidamente se tapo la boca con una mano y agradeció por que las nauseas habían desaparecido, si no, habría que acumular el hedor de su vómito a aquella atmósfera de alcantarilla; seguramente hogar de ratas y de un batallón de cucarachas escurridizas. Sus pupilas se dilataron al ver aquel angosto corredor con paredes corroídas que dejaban caer trozos de papel enmohecido cayendo al suelo como costras de una vieja herida. Algo dentro de ella le decía que debía encadenar su miedo en lo más profundo de su ser, quizás el lugar donde había depositado las cosas que había olvidado adrede por una razón de integridad; ese era un buen lugar donde dejarlo atado hasta salir nuevamente por esa puerta.

Si lograba encontrar el camino de regreso…

Richard sonrió ante el gesto de Filomena que envuelta en un halo de duda camino hacia la obscuridad. Cuando paso junto a él, coloco sus manos sobre sus hombros y la condujo hasta superar el dintel de la puerta. Ya estando dentro, la dejo en un lugar preciso como si fuera un peón en un tablero de ajedrez. Cerró la puerta tras de él, luego puso el pestillo con la pericia de un ladrón que irrumpe en la noche para hacer el menor ruido posible.

Había que evitar, a toda costa, cualquier floración en el jardín de las sospechas.

Afuera había quedado la luz solar que se expandía por todo el espacio que ocupaba el parqueo donde habían dejada aparcada la motocicleta, junto al muro perimetral de ladrillos que era resguardado por un alambre de púas en lo alto de la construcción. Debajo de ella la sombra parecía permanecer en el mismo sitio. En un rincón, estaban acomodados varios de toneles con aceite viejo en su interior, sobre sus tapaderas, fueron apiladas varias láminas de cartón como hojas de papel sobre el escritorio de un contador público. A un costado, restos de partes de un motor de auto, pequeñas botellas plásticas, trapos viejos embadurnados con manchas negras que parecían pecas sobre un rostro. Más allá, en lo que parecía ser un pequeño garaje estaba el auto de Cristina cubierto por una manta que sólo dejaba a la vista los neumáticos. Filomena lo observo por un momento pero no quiso hacer ningún comentario impertinente que pusiera a la defensiva a Richard que estaba ocupado hurgando sus bolsillos en busca del juego de llaves.

Ya dentro, envueltos en una densa obscuridad, Richard dijo:

- No hay ningún interruptor en este corredor…- mintió tomando la delantera. Filomena escuchó el ruido de los talones chocando contra el agua acumulada en el suelo. Avanzaban con bastante agilidad.-. Así que ni se te ocurra mencionar algo sobre la luz -la voz empezaba a sonar lejana.

- ¿Qué no hay luz? -dijo molesta mientras seguía en el mismo lugar donde Richard la había dejado-. ¡Acaso no recuerdas que estoy embarazada! Puedo tropezar con cualquier cosa y caer de bruces sobre la moqueta, Richard.

- De acuerdo -dijo regresando sobre sus pasos-. Estira tu mano. Iré hacia ti, voy a guiarte…

Filomena no tuvo otra opción que…

Aún en la oscuridad, Richard, sabía donde pisar, había estado tantas veces ahí que había memorizado cada centímetro cubierto por aquella capa oscura. A diferencia de Filomena que había dado los primeros pasos dudando de si debía o no poner el pie en tal lugar mientras tanteaba con la mano que no sujetaba la de Richard la pared húmeda. La idea de que hubiera algo en el suelo que le hiciera perder el equilibrio la ponía más nerviosa.

Richard tuvo que tirar varias veces del brazo de Cristina para avanzar con mayor fluidez. El jadeo de Filomena sonaba como si hubiera corrido varios kilómetros y fuera en busca de agua para hidratarse. Richard se detuvo sin previo aviso.

- Vamos a bajar 12 escalones -advirtió.

- Conoces bien el lugar no Richard…

- Recuerdas que una vez te mencione el viejo taller de autos donde papá solía traernos, a mis hermanos y a mí, durante las vacaciones de verano para que le ayudásemos con las herramientas o a recoger miles de tuercas para luego llevarnos al bosque a cazar al bosque… y que como recompensa también nos dejaba usar parte de su colección de armas. Bueno, es este.

- ¿Y me traes a esta pocilga a recoger tuercas o qué?

- Ya verás, amor. ¿Lista para bajar?

Richard no espero respuesta alguna y empezó a descender lentamente, tomando su mano con delicadeza como si estuviera dando un paseo en un jardín lleno de rosas.

- Ya estas en el último escalón, ¿no?

- Si…

- Bien, quiero que esperes un momento. Debo hacer algo, no tardare demasiado. Quédate quieta. Ve hacía mí cuando diga tu nombre. No antes -enfatizó-. Me has comprendido…

- Si…

Avanzó unos metros y se escucho como la llave entraba dentro de la cerradura que hizo un pequeño ruido cuando el dispositivo cedió. La puerta se abrió lentamente como si Richard estuviera interrumpiendo una junta muy importante entre los accionista de la compañía para que la laburaba hace varios años como contador.

Filomena vio el pequeño un nuevo corredor con piso de azulejo cuando Richard encendió una luz dentro de la habitación, vio hacia atrás y vio unos escalones alumbrados. Cuando volteo Richard estaba debajo del dintel de la puerta con una sonrisa en la boca.

- Ven, Filomena… Quiero que veas a alguien.

Filomena camino sin saber exactamente que esperar. Temió lo peor.

- Ven… -Repitió Richard.

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