*
Cuando entro a la habitación Charlotte estaba sentada
en una silla junta a una mesa cubierta con hojas de papel periódico, sobre él,
restos de manzanas y cascarás de naranja. Tres latas de cerveza se distinguían
en el centro; sólo una permanecía sin abrir y por el sudor que deslizaba
Filomena supo que no habían sido compradas hace mucho tiempo. El cabello de
Charlotte estaba recogido por una coleta alta, aún húmedo. Sobre sus pies
estaban varios pétalos de rosas esparcidos. El tallo estaba entre sus dientes,
todo mordisqueado, sin espinas. El rostro pálido tenía maquillaje excesivo
encima que hacia resaltar aún más las expresiones sobe su cara.
Una voz dentro de Filomena le decía:
Son demasiados detalles. Piensa.
Charlotte
se pasó la lima sobre las uñas varias veces antes de ver hacia la puerta y decir:
-
Hola, querida… -se
levantó y camino hacia donde Filomena estaba-. Hace mucho que no te veía. Sigues destellando.
Siempre le dije a Richard que no se había equivocado contigo.
Filomena recibió un beso en la mejilla
con la misma circunspección con que Jesús recibió el de Judas cuando lo entrego a los romanos. Y luego
recordó los latigazos sobre la carne cuando Charlotte dijo a Richard:
-
No ha querido comer, ni beber nada.
-
No te preocupes. Ya puedes irte. Gracias por todo -respondió mientras la guiaba hacia la
puerta abierta.
-
Por que no te quedas otro momento más, Charlotte -le dijo Filomena tomándola de la mano
como cuando le pidió que fuera una de las
Damas de Honor en su boda-. Tu misma lo has dicho, hace mucho que no nos vemos.
No tienes algo de comer sobre la mesa, aún no hemos desayunado…
Richard asintió con la cabeza y ella
camino hacia la mesa del rincón. Cuando se había alejado lo suficiente Filomena
se acercó a él:
-
Por que carajos no me has dicho que ella estaba aquí, Richard -su voz sonó como la madre que reprende
a su hijo luego de cogerlo haciendo una travesura en una caja ajena.
-
No vi la necesidad de… hacerlo, amor… ¿Recuerdas lo que dijiste cuando te
pusiste el casco antes de venir?
-
Si, perfectamente… Imagino que por eso me has traído a este lugar, no.
-
Charlotte, trae una silla para acá cuando regreses -le gritó sin quitar la vista de
Filomena.
Charlotte regreso con un emparedado y
la silla que Richard le pidió.
-
Siéntate, Filomena -camino
hacia un rincón y se recostó sobre unas cajas de madera enormes-. Quiero que cuando entres en la
habitación que esta a tu costado… ¡He dicho que te sientes, no que voltees a
ver hacia tu costado!
-
Richard, no le hables así a tu esposa… -dijo Charlotte desde el otro lado de la habitación sin
si quiera voltearlo a ver ya que estaba ocupada limando sus uñas como si
estuviera puliendo una estatuilla de oro.
Filomena permaneció parada junto a la
silla y con el emparedado en la mano, temblando de miedo.
Había logrado
desencadenarse y resurgir…
-
Perdón, amor -la voz de Richard había vuelto a ser
dulce-. Haz el favor de sentarte de una vez
por todas. Como te decía, quiero que cuando entres en aquella habitación, tenga
claro algo: yo no fui quien ha estado engañándote todo este tiempo ¿Has
entendido? -Filomena asintió-. Siéntate… -se sentó-. Quien ha llamado esta mañana a Cristina he sido yo…
le dije que quería ver como estabas y que quería llegar a su departamento para
llevarte ropa limpia, pero se negó.
-
¿Por qué habría de hacerlo? Acaso no---
-
Ya te lo he dicho. Dijo que iría a casa, que debía hablar conmigo, a
solas.
-
Y claro, tú aceptaste. ¿o me equivoco, Richard? -su voz había recuperado la serenidad que necesitaba
como si estuvieran hablando de sí las cortinas de la cocina debían ser
cambiados por otras con tonos más frescos.
-
¿Por qué no habría de hacerlo? Al llegar a casa, me amenazo con que
regresaría a su departamento a contarte todo, si no le paga el doble de lo
acordado. Me negué, naturalmente. Habíamos hecho un trato, que ella misma había
mandado al garete. Dijo que si yo quería correr el riesgo, estaba bien por
ella, que sabía que tú estarías de su parte al descubrirse de todo…
-
En eso, ella tiene razón, Richard.
Filomena le dio el primer bocado al
emparedado.
-
Es por eso que cuando encendió el automóvil le grite que esperará un
momento, que le pagaría la cantidad que me pedía. Detuvo el auto en medio de l
a calle, y me dijo que me podía ir al infierno, que ella no repetía dos veces
las cosas, que me pudriera…. Tuve que detenerla de la manera más rápida. Le
metí un tiro en la cabeza.
-
¿Qué hiciste qué? -Filomena
casi se atraganta con un pedazo de tomate.
-
Ya los has escuchado, le metí un tiro en la cabeza. Llame a Charlotte por
teléfono y le pedí la motocicleta prestada. Perdí bastante tiempo en ir hasta
su casa, pero luego le di alcance a Cristina en el centro, cerca del corredor de ladrillo.
El emparedado mordisqueado estaba en el
suelo: una rodaja de jamón medio cubierta por lechuga fresca. Dos tomates sobre
ellos y sobre las rodajas de pan una cuchara enorme, sobre sus patas, un poco
de salsa regada como sangre.
-
El poco tiempo que tuve para hablar con ella -Richard retomó la conversación-, descubrí su talón de Aquiles: sólo
debes tentar un poco su presunción…
“Cuando entran al atajo,
las personas creen que sólo es un corredor para autos rodeado de dos enormes
paredes sin puertas ni ventanas. Pero lo que pocos saben, y que yo aprendí, en
los años que estuve con papá en el taller es que, a mitad de la calle, hay un
pequeño espacio en el que si metes la mano y palpas por dentro, encontrarás un
pequeño pestillo que al quitarse permite abrir la pequeña portezuela de un
compartimiento secreto, en donde bien pueden caber una persona de altura
promedio o tres niños. Ahí se dejaban los paquetes pequeños como
correspondencia, flores para las secretarias o… repuestos de carros para el
mantenimiento de la flota de la fábrica antes de que fuera abandonada: algo que
Cristina no sabía.
Como imagine, ella vino
tras de mí, deje la motocicleta estacionada frente al lugar donde me oculté,
haciendo imposible, desde la ubicación de Cristina, advertir mi ubicación.
Luego sólo tuve que tener paciencia y esperar… ella detuvo el auto a media
calle, junto a la motocicleta, coloqué el arma sobre el filo de la puerta por
donde entra la luz. Cuando la tuve en la mira, dispare. Cayó al suelo… y Charlotte
que esperaba en la esquina, dentro de su auto, bajo a “auxiliarla”. Luego, la
sujete en mis brazos y la subí al auto de Charlotte.
El tiro fue certero, pero
no letal. Y esta ahí, tras de ti; desangrándose pero con la energía para
decirte: Richard no miente”.
Filomena
se levanto lentamente de la silla y camino hacia la puerta.
Cuando
entro en la habitación pudo ver las piernas de Cristina abiertas en V como un
compás. Abrió un poco más la puerta para dejar entrar más luz y poder ver el
cuerpo completo rodeado de un reguero de sangre. Volteó a ver a Richard que aún
estaba recostado en las cajas haciendo un gesto con la mano, invitándola a
entrar.
Filomena
camino hacia Cristina que se quejaba del dolor. Al dar se cuenta que no se
movía; se detuvo a medio paso.
-
Esta viva, puedo asegurártelo -le dijo Richard acercándose.
Giro hacia él. Le sonrió y le dijo:
-
Tu padre estaría muy orgulloso de la puntería que tienes, Richard.
-
Puedes preguntarle lo que quieras, también puede escucharte -camino hacia donde estaba como si fuera
a recibir un premio pero pasó por su costado como si no estuviera ahí-. Oh, Cristina… -se detuvo frente a ella y empezó a
jugar con un mechón de pelo-. ¿Vas
a preguntarle o no, Filomena? No seas tan cruel con ella, acaso no ves que esta
sufriendo…
-
No necesito hacerlo. Estoy segura de lo que dices… imagino que aún guardas
el cuchillo de caza de tu padre.
-
Claro.
-
¿Lo tienes aquí? -sabía
la respuesta perfectamente, era una herencia familiar que mucho tenía que ver
con el lugar en que se encontraban.
-
Si, en la otra habitación, que es lo que estas tra---
-
Dile a Charlotte que lo traiga inmediatamente, amor.
¿Tramando? Ni siquiera ella sabía si lo que hacía le
haría llegar a su objetivo: ganar más tiempo. Encontrar la manera de salir del cenagal en que se encontraba.
Las
ideas en la cabeza revoloteando como un enjambre de abejas dentro de un panal,
estaba volviéndose una sensación recurrente en su vida.
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