agosto 30, 2011

Un recuerdo simultaneo/ Capítulo Final 2/4

*

Richard hizo girar la perilla floja que había perdido gran parte de la pintura dorada, y que, a juzgar por su aspecto, la había cubierto desde varios lustros atrás. Desgastada, seguramente, por la fricción de la mano al momento de envolverla. El diseño de hojas de laurel sobre el metal curvilíneo daba la mima sensación de las costuras de una bola de beisbol al ser acariciadas con las yemas de los dedos. Al abrirse la puerta, su madera crujió como dando aviso de su llegada. Y las bisagras le hicieron coro, chirriando, implorando un poco de aceite sobre esa capa de oxido que las dotada de ese semblante descuidado, con aire de hacerlas ceder ante el próximo embate de aire ambulante.

Richard hizo una señal con la cabeza a Filomena para que entrara. Había estado parada en el rellano de la entrada con la mirada atenta a sus movimientos, como un cazador en medio de los arbustos espiando a su presa pero sin perder la oportunidad de echar un vistazo al lugar.

La fachada era enorme con aspecto de una vieja cantina del viejo oeste que no tarda en derrumbarse sobre sus propios cimientos, pero sin la puerta doble en la entrada. La pintura de la madera corroída se descascaraba dejando al descubierto diminutas horadaciones donde halos de luz se colaban. Las ventanas estaban cubiertas por gruesas capas de polvo que no dejaban ver el interior del lugar desde fuera. Filomena estaba segura que las telarañas estarían esparcidas por todo el techo sin temor de ser apartadas por los cabellos de una escoba y que con el polvo acumulado bien podrían encontrarse en una tormenta de arena. El olor húmedo que provenía de dentro casi regresar sobres sus pasos, rápidamente se tapo la boca con una mano y agradeció por que las nauseas habían desaparecido, si no, habría que acumular el hedor de su vómito a aquella atmósfera de alcantarilla; seguramente hogar de ratas y de un batallón de cucarachas escurridizas. Sus pupilas se dilataron al ver aquel angosto corredor con paredes corroídas que dejaban caer trozos de papel enmohecido cayendo al suelo como costras de una vieja herida. Algo dentro de ella le decía que debía encadenar su miedo en lo más profundo de su ser, quizás el lugar donde había depositado las cosas que había olvidado adrede por una razón de integridad; ese era un buen lugar donde dejarlo atado hasta salir nuevamente por esa puerta.

Si lograba encontrar el camino de regreso…

Richard sonrió ante el gesto de Filomena que envuelta en un halo de duda camino hacia la obscuridad. Cuando paso junto a él, coloco sus manos sobre sus hombros y la condujo hasta superar el dintel de la puerta. Ya estando dentro, la dejo en un lugar preciso como si fuera un peón en un tablero de ajedrez. Cerró la puerta tras de él, luego puso el pestillo con la pericia de un ladrón que irrumpe en la noche para hacer el menor ruido posible.

Había que evitar, a toda costa, cualquier floración en el jardín de las sospechas.

Afuera había quedado la luz solar que se expandía por todo el espacio que ocupaba el parqueo donde habían dejada aparcada la motocicleta, junto al muro perimetral de ladrillos que era resguardado por un alambre de púas en lo alto de la construcción. Debajo de ella la sombra parecía permanecer en el mismo sitio. En un rincón, estaban acomodados varios de toneles con aceite viejo en su interior, sobre sus tapaderas, fueron apiladas varias láminas de cartón como hojas de papel sobre el escritorio de un contador público. A un costado, restos de partes de un motor de auto, pequeñas botellas plásticas, trapos viejos embadurnados con manchas negras que parecían pecas sobre un rostro. Más allá, en lo que parecía ser un pequeño garaje estaba el auto de Cristina cubierto por una manta que sólo dejaba a la vista los neumáticos. Filomena lo observo por un momento pero no quiso hacer ningún comentario impertinente que pusiera a la defensiva a Richard que estaba ocupado hurgando sus bolsillos en busca del juego de llaves.

Ya dentro, envueltos en una densa obscuridad, Richard dijo:

- No hay ningún interruptor en este corredor…- mintió tomando la delantera. Filomena escuchó el ruido de los talones chocando contra el agua acumulada en el suelo. Avanzaban con bastante agilidad.-. Así que ni se te ocurra mencionar algo sobre la luz -la voz empezaba a sonar lejana.

- ¿Qué no hay luz? -dijo molesta mientras seguía en el mismo lugar donde Richard la había dejado-. ¡Acaso no recuerdas que estoy embarazada! Puedo tropezar con cualquier cosa y caer de bruces sobre la moqueta, Richard.

- De acuerdo -dijo regresando sobre sus pasos-. Estira tu mano. Iré hacia ti, voy a guiarte…

Filomena no tuvo otra opción que…

Aún en la oscuridad, Richard, sabía donde pisar, había estado tantas veces ahí que había memorizado cada centímetro cubierto por aquella capa oscura. A diferencia de Filomena que había dado los primeros pasos dudando de si debía o no poner el pie en tal lugar mientras tanteaba con la mano que no sujetaba la de Richard la pared húmeda. La idea de que hubiera algo en el suelo que le hiciera perder el equilibrio la ponía más nerviosa.

Richard tuvo que tirar varias veces del brazo de Cristina para avanzar con mayor fluidez. El jadeo de Filomena sonaba como si hubiera corrido varios kilómetros y fuera en busca de agua para hidratarse. Richard se detuvo sin previo aviso.

- Vamos a bajar 12 escalones -advirtió.

- Conoces bien el lugar no Richard…

- Recuerdas que una vez te mencione el viejo taller de autos donde papá solía traernos, a mis hermanos y a mí, durante las vacaciones de verano para que le ayudásemos con las herramientas o a recoger miles de tuercas para luego llevarnos al bosque a cazar al bosque… y que como recompensa también nos dejaba usar parte de su colección de armas. Bueno, es este.

- ¿Y me traes a esta pocilga a recoger tuercas o qué?

- Ya verás, amor. ¿Lista para bajar?

Richard no espero respuesta alguna y empezó a descender lentamente, tomando su mano con delicadeza como si estuviera dando un paseo en un jardín lleno de rosas.

- Ya estas en el último escalón, ¿no?

- Si…

- Bien, quiero que esperes un momento. Debo hacer algo, no tardare demasiado. Quédate quieta. Ve hacía mí cuando diga tu nombre. No antes -enfatizó-. Me has comprendido…

- Si…

Avanzó unos metros y se escucho como la llave entraba dentro de la cerradura que hizo un pequeño ruido cuando el dispositivo cedió. La puerta se abrió lentamente como si Richard estuviera interrumpiendo una junta muy importante entre los accionista de la compañía para que la laburaba hace varios años como contador.

Filomena vio el pequeño un nuevo corredor con piso de azulejo cuando Richard encendió una luz dentro de la habitación, vio hacia atrás y vio unos escalones alumbrados. Cuando volteo Richard estaba debajo del dintel de la puerta con una sonrisa en la boca.

- Ven, Filomena… Quiero que veas a alguien.

Filomena camino sin saber exactamente que esperar. Temió lo peor.

- Ven… -Repitió Richard.

agosto 29, 2011

Un recuerdo simultaneo/ Capítulo Final 1/4

*

La velocidad con la que dejaban atrás a los automóviles causó un poco de vértigo a Filomena que se aferraba con todas sus fuerzas de la cintura ceñida de Richard. Al ver que sus brazos perdían la fuerza de agarre le pidió que disminuyera la velocidad o detuviera la motocicleta hasta que la sensación desapareciera por completo.

Richard pensó que era un ardid, pero flaqueo cuando Filomena se lo pidió por segunda vez y amenazo con saltar de la motocicleta en movimiento.

Richard optó por la segunda.

Habría previsto algo así. Pensó por varios minutos. El silencio y sus ideas en un coito. Luego, sensatamente, se decidió por el lugar que representaba menor riesgo de pormenores. Aparcó cerca de un parque donde había pocas personas caminando y varias bancas vacías a una distancia considerada entre una y otra, casi todas cubiertas, por los gruesos troncos de robles que formaban una especie de escondrijo resguardado por la espesa capa de tonos verdes que alcanzaba los cables de electricidad. Eso significaba que la probabilidad de toparse con desconocido queriendo preguntar la hora era casi nula. Nada podía alterar el orden de las cosas si hacia que la cautela fuera su peón de batalla, eso si, tratando de no levantar sospechas, el camuflaje de pasar inadvertidos; disimulando ser una pareja común de esposos haciendo un paseo dominical donde aplacar el estrés de una semana cargada de horas continúas frente al computador y quehaceres domésticos es sinónimo de “privacidad”.

Siempre mostrando un aire de desinterés compartido hacia el mundo.

Aunque Richard hubiera preferido estar en un desierto sin nada que pudiera ayudar a Filomena a escapar, supo en el mismo momento de disminuir la velocidad, que eso era imposible así que debía estar preparado para montar teatro frente al tipo que estuviera paseando a su perro con correa, saludando afablemente con una sonrisa en la boca, dando un pequeño caricia al animal y teniendo sumo cuidado de no soltar la mano de su amada esposa, embarazada. Debía estar alerta a pesar de la actitud de Filomena a quien ya se le había borrado la cara de desconfianza. La de rabia permanecía oculta tras su fría mirada. Estaba volviendo a ser la marioneta de carne que era en casa pero con el rictus de rabia permaneciendo en primer plano.

A Richard no le preocupo en nada la parada, tenía el tiempo suficiente para actuar de manera eficaz como un engranaje que se ha adaptado a trabajar de forma mecánica. No tenía ninguna prisa. Además debía proyectar seguridad como el comandante de un batallón que da órdenes precisas de cómo actuar sin dar el menor albor de sospecha a sus subordinados de la turbación que le oprime por dentro.

Eso, y por que no, acrecentar la duración del placer de saber que las cosas iban bien. Estirándose como goma elástica previendo su punto de quiebre.

Richard fue el primero en bajar, luego ayudo a Filomena quien le dio las gracias cuando piso tierra firme. La llevo de la mano hacia una banca de madera debajo de la sombra de un árbol. Le pregunto si no quería algo de tomar, podía adquirir una bebida fría en el dispensario de la esquina. Ella negó con la cabeza y se acomodo sobre la madera roída sostenida por unos gruesos tubos de metal herrumbrosos. Al ver que estaba cómoda, Richard, busco entre los bolsillos de su pantalón algunas monedas, debía llamar a su prima Charlotte, fue ella quien le había prestado la motocicleta de su esposo.

Era una emergencia así que no podía negarse a dármela, le había dicho cuando ella cuestiono tal gratitud.

La cabina telefónica estaba lo suficientemente alejada para que Filomena no escuchara la conversación pero lo bastante cerca para reaccionar si se le ocurría salir huyendo. Le dio un beso en la mejilla antes de alejarse sopesando las monedas entre su mano diestra. Cuando se había alejado varios metros volteo hacia ella y le dijo:

- Si me sobran monedas hare una llamada a casa. Quiero asegurarme que todo esta bien en casa -explico-, y bueno, quizás Cristina quiera que compremos algo en el camino para el desayuno.

- ¡Dile que quiero el café bien cargado! -Gritó.

- Claro -dijo y se alejó con paso despreocupado guardando las monedas nuevamente en el bolsillo de donde las había tomado.

Filomena no le quito los ojos de encima, se sentía mejor, las nauseas disminuían gracias al aire fresco que le daba en la cara con la fuerza de un suspiro, eso le daba espacio a su mente para tratar de descubrir los detalles no dichos, como lo había hecho Milena con ella en aquella sala sobria.

Cuando Richard llego a la cabina puso el auricular sobre un hombro e inclino la cabeza para evitar que este resbalase, y terminar meciéndose en el aire como columpio recién abandonado por un niño. Marco el número y luego deposito las monedas. Luego giró hacia donde estaba Filomena y sonrió moviendo su mano en señal de saludo.

Ella regreso el gesto, pensando:

“Sólo estas alardeando hijo de perra. Te volteas por que no confías en mí, verdad. Quieres tenerme en tu mira. La desconfianza nos sienta bien a los dos… A marcado el número con rapidez eso significa que conoce el número de memoria. Es Charlotte, no hay duda. Ella es como una hermana para él. Y Cristina es… -no supo con que palabra terminar la frase, otra idea había tomado su lugar ya-. ¿Qué tendrá de cierto todo eso que me has dicho, eh? Has omitido lo de la sangre, quizás no tuviste el tiempo suficiente para borrar la evidencia ¿Evidencia de qué? Pero no es prisa lo que tienes, si fuera así, no te hubieras detenido por motivo alguno. Pareciera como si quisieras mostrarme algo… ¿Qué? Son demasiadas interrogantes como para intentar huir en este momento. Seas como sea, existe la posibilidad de que Cristina aún permanezca con vida ¿o no? ¡Claro! ¡La necesita para hacer que sus piezas cacen a la perfección! No puede desaparecerla aún -sintió como si hubieran puesto la punta de un daga ardiente sobre su corazón palpitando-, el quiere que yo crea en él, así que no puede darse el lujo de despertar la desconfianza en mí. Su amabilidad no sería extraña bajo otras circunstancias pero en estas son un desencadenante en trabajando en su contra. Vamos a seguir con tu juego hijo de perra…”.

Sonrió para sí misma. Milena estaría muy orgullosa de sus deducciones si estuviera ahí para escucharlas de viva voz.

- ¿En que piensas, Filomena?

- Nada. -Contestó con naturalidad. Había estado tan ensimismada que no había visto a Richard acercarse, cuando reacciono ya estaba frente a ella sosteniendo un jugo de naranja puesto en un vaso plástico, sonriendo-. Gracias, te dije que no quería tomar nada…

- Me han sobrado más monedas de las que pensé. Cristina dice que todo esta bien, pero que le ha llevado mucho tiempo encontrar los cerrillos para encender la estufa. Ah, y ha dicho que al regresar le dieras un poco de tu desodorante que no lo encontró por ninguna parte. He tratado de no sonar molesto para que no sospeche nada.

- Has hecho bien.

Filomena tomo el jugo fingiendo tomar un sorbo (no debía bajar la guardia), luego escupió sobre Richard simulando un nuevo y repentino ataque de nauseas.

- Perdona, esto esta muy ácido -Simuló una cara de asco.

- No pasada nada, amor -se limpió con la servilleta de papel que le habían dado junto con las monedas de cambio y tiro el vaso plástico con jugo dentro del cesto de basura junto a la banca-. Debemos irnos…

- ¿A dónde? -Quiso saber pero sin esperanzas de obtener resultados reveladores.

- Es una sorpresa.

- Claro.

(Así que tu tampoco piensa enarbolar la bandera blanca, eh)

Disculpa, no podía desaprovechar la posibilidad de saber que era lo que me espera -Su voz sonó como la de una niña cuando la atrapan diciendo una mentira.

- Ni yo, de dejar claro que yo tampoco pienso decir nada.

La sonrisa repetitiva en el rostro de Richard ya empezaba a ponerla irascible. En pocos segundos ya estaban en marcha hacia donde todo habría de terminar. Filomena envolviendo con sus brazos la cintura de Richard y recostando su cabeza en la espalda encorvada. Los cabellos largos batiéndose en el aire, cubriendo por momentos, el rostro con mechones cegadores.

Habían alcanzado una velocidad considerada; el freno parecía descompuesto y el acelerador trabajando el doble como exhibiendo la ausencia del otro.

Las calles desoladas parecían estar dispuestas a jugar a favor de alguien:

¿La venganza de Richard?

¿La rabia de Filomena?

¿El sufrimiento de Cristina?

Los dados aún giraban en el aire sin ganador determinado.

Pero sí, con dos perjudicados…


agosto 26, 2011

Un recuerdo simultaneo/ Ova V

*

Las palabras se le habían quedado atorradas en la garganta como si supieran que al salir iban a ser degolladas de un tajo. El aire del silencio dentro de Filomena había hecho desparecer cualquier atisbo de idea manifiesta que se interpuso entre él y su objetivo principal: acrecentar el pavor. El instinto de supervivencia había sido reducido a escombros. La respiración entrecortada de Filomena era fácilmente superada por el ruido del motor encendido que carraspeaba mientras la máquina de saber cuantos caballos de fuerza permanecía detenida sobre el asfalto todavía húmedo. Los músculos del cuerpo, acalambrados, pero sin el dolor que siempre lo acompaña. Solamente la necesidad de querer permanecer quieto. De ser auxiliado…

Un leve movimiento de muñeca y los rugidos del escape habrían hecho ver a cualquier sonido en aquella esquina, y su derredor más cercano, como un anodino maullido de gato famélico.

Filomena miraba como los automóviles que pasaban a gran velocidad frente a ella bocinaban. Encendían las luces pide vías para girar hacia la calle. Conductores que lanzaban la colilla de cigarro por la ventanilla o dejando un fragmento de conversación que se escapa como una hoja seca revoloteando por una corriente de aire. El andar de las personas. Todos absortos en sus problemas. Impasible ante el peligro que ella corría al estar parada en aquella esquina, frente aquel hombre que simplemente la observaba desde la motocicleta, estirando su mano hacia ella, en señal de…

- Sube amor. No te resistas, no creo que estés en posición de hacerlo -la voz de Richard sonaba como advertencia-, por tu integridad, y la de Cristina, no hagas una escena. Vamos, Cristina nos espera -introduciendo su mano enguantada dentro del bolsillo de la chaqueta-, ¿Reconoces estas llaves, no?

- ¿Qué carajos haces con las llaves del auto de Cristina, Richard? -subo voz sonó entrecortada por más que hizo el esfuerzo de imprimir la fuerza suficiente para hacer recular las intenciones desconocidas de él. El efecto fue el mismo- ¿Dónde esta Cristina? -Agregó.

- Así que no sabes donde esta tu… -sabía que si decía la palabra que realmente estaba pensando echaría al suelo el castillo de naipes-. En casa. En nuestra casa. Dijo que viniera por ti… mientras tomaba un baño. Creo que dijo que no había podido hacerlo en su departamento.

Richard hizo lo posible por que su voz pareciera una caricia leve como pidiendo permiso para dar un beso.

- Ajá. ¿Y cómo diablos sabías que yo estaba aquí? ¡Acaso eso también te lo dijo…!

- Baja la voz, amor. El enojo le sienta mal a nuestro hijo. ¿Acaso quieres hacer esperar a Cristina? Para este entonces ya habrá puesto la cafetera, también dijo algo sobre tomar un poco de café. Tampoco pudo hacerlo antes de salir como energúmeno esta mañana… esas fueron sus palabras -Richard espero la reacción de Filomena-; acaso la verdad no parece una soga en nuestro cuello apretando fuertemente…

Ella sopeso las probabilidades de que lo que Richard le decía fuera cierto. Maldijo al darse cuenta de que eran muy altas. Su fe en él estaba siendo demasiada condescendiente, y con lo que salía de su boca. Aunque no estaba muy segura de que lo que haría, dio un paso hacía la motocicleta…

- De acuerdo, vamos con ella -cuando iba a subir a la motocicleta vio una mancha de sangre fresca sobre la lona del pantalón de Richard y se alejó rápidamente como si hubiera pisado lava volcánica- ¿De quién es esa sangre? ¿Le has hecho daño a Cristina, maldito?

Richard no dejó que la última palabra surtiera efecto, incordiándolo. Ni que su preocupación se hiciera mostrar. Había sido un estúpido subestimando a Filomena, pensando que no ser daría cuenta de detalles nimios como ese. Sabía muy bien que no tuvo tiempo de limpiar su pantalón antes de salir en busca de Filomena así que sonrió con sinceridad postiza y dijo con voz suave:

- Baja la maldita voz. Sube a la motocicleta -sabía que se balanceaba sobre un hilo muy delgado. Un paso en falso y todo al garete-. Deja la paranoia dentro del cajón…, ella esta bien. Es más, tenemos algo que decirte. Es por eso estoy aquí. Ella me dijo que seguramente estarías caminando sin sentido, sabes, mejor de lo que pensaba. Todas sus suposiciones han sido casi acertadas. -Al ver que el gesto de enojo desaparecía del rostro de Filomena supo que estaba en tierras menos resbaladizas. Solo había que decirle algo como Cristina lo haría y listo, ella estaría sobre una bandeja de plata-. Mira hacia aquellas cristales -movió su cabeza rápidamente hacia el edifico de la par que tenía enormes vidrios como puerta de entrada-, y podrás ver tu patético remordimiento cobrando vida. No debes preocuparte, no estoy molesto contigo. Nadie lo esta.

- ¿Qué quieres decir con eso, eh? -Frunció el ceño de la frente.

- No me malinterpretes, amor. Lo que intento decirte es que… yo contacte a Cristina. ¿Ella no lo menciono anoche? -Filomena hizo un gesto negativo con la cabeza. Como carajos sabía él que había pasado la noche con Cristina. La balanza se balanceaba en favor de Richard-. Oh, eso me tranquiliza. Pudo haber dicho cosas que no eran. Es una maldita hija de perra, lo sabes.

- No tienes ningún derecho de expresarte así de ella. Ten cuidado con lo que dices y como lo dices, Richard. Puedes hacer que me de la vuelta y siga mi camino -rápidamente agregó como si se le hubiera olvidado bajar su carta ganadora en un juego de póker-, y hacer que la policía te detenga, también, por la mancha de sangre que llevas en la pernera… ¿De-quién-es-la-maldita-sangre, Richard?

“Déjame que te explique -sabía que si decía la verdad la amenaza de Filomena dejaría de ser eso, una pueril amenaza de niña asustada. Debía empezar de nuevo. Hacia tierras más seguras Richard, se dijo-. Voy a explicarte. Le dije a Cristina que llegará a la fuente del parque, que nosotros llegaríamos casi al atardecer, que fuera puntual -La voz había perdido cualquier tono de inseguridad. Era como si fuera otra persona la que estuviera hablando por él. La certeza de saber que no mentía lo había dotado de un aire de solemnidad discursiva en que las palabras salían de su boca como pétalos de rosas recién cortadas. Descargando una especie de fragancia hipnótica-. Lo único que yo quería era que hablarán, ustedes dos, de… sus cosas…, sé perfectamente que nunca ha existido un punto final entre ustedes. ¡Que rieran un poco! ¡Como tu misma me has dicho que hacían! Pero me dijo que debía pagarle una cantidad de dinero para soportar el estar contigo ese rato. Y lo hice, quería hacerte un obsequio, antes que el bebe este con nosotros… -Filomena negó con la cabeza. No podía creer lo que Richard le decía como si le estuviera dando la hora. Tampoco soporto el peso de las lágrimas sobre el filo de sus finas pestañas-. “Déjala que llore; siempre encuentra una sensación de confort renovador en las gotas saladas. Es mejor eso que una escena cargada de drama…”, me aconsejo antes de entrar al baño cubierta con tu albornoz rosa -Hizo una pausa corta para tomar un poco de aire y para que Filomena atará cabos entre lo que le decía, los recuerdos que tenía de Cristina y de su forma impasible de decir las cosas, muy a su estilo, sin importar que lanzaba una granada de fragmentación sobre el rostro de alguien-. Perdón, las cosas se me fueron de las manos. Recuerdas que acepte tu idea de ir a tomar algo, no…-Apagó el motor de la motocicleta y se acercó lentamente a Filomena que tenía la cabeza baja viendo como sus lágrimas se estrellaban contra el suelo. Richard sostuvo el rostro de Filomena entre sus manos y lo elevó hasta ver los ojos húmedos. Las mejillas cubiertas de maquillaje regado-, ¡La mesa arreglada previamente! Iba a decírtelo. Darte la sorpresa, pero cuando regrese con tu taza de chocolate, ya no estabas. Desapareciste. El anciano de la otra mesa me dijo que te habías ido con una chica; fue sencillo hacer la conexión al ver que ella tampoco estaba en la fuente esperando a mi señal para acercarse a la mesa. Ese era el plan. Lo que habíamos acordado. Pero tú sabes, mejor que yo, que cuando se trata de que las cosas cobren forma ella debe ser quien de hasta el último retoque hasta que su vanidad quede satisfecha. Nunca estarás seguro de que los planes saldrán como esperas si ella forma parte también de ellos. Es como el caos de la vida (y su opción no prevista) que te toma por sorpresa. -Filomena le dio la razón en su mente. La había abandonado en el departamento con sus planes de desayuno perfecto y revolcón matutino. No mentía. Ella era así, una peculiaridad cristinesca, como los tatuajes que llevaba sobre su piel-. Eso lo comprendí muy tarde, amor. Ni siquiera me preocupe de llamar a tu madre o alguna de tus amigas. Sabía perfectamente que estabas con ella. Pero el egoísmo de Cristina, al parecer, pudo más que los planes que hice. “Hicimos”. Esta mañana me llamo y dijo que rompía con el trato, que quería el dinero en efectivo, que estaba harta de ti y de tus…, logré que se tranquilizará un poco, luego---”.

- Calla. Por favor…, no digas más, Richard -Apartándose del alcance de las manos de él y limpiando su rostro con la manga de su remera. Por un momento vio hacia la vitrina: ahí estaba su maldito remordimiento acompañándola como si fuera su sombra. Había estado soportando el peso de una cruz que no le correspondía-. Quiero que ella me diga todo a la cara. Vamos a ver si tiene los suficientes cojones para hacerlo. Eso, y si le doy el tiempo necesario para terminar con su cuentico de mierda antes de hacerla añicos con mis propias manos…

Cuando Filomena tomo el casco que había colocado en uno de los retrovisores de la motocicleta y se lo colocó con presura, Richard supo que había picado la carnada. Había resultado más sencillo de lo que él, o Cristina, hubieran pensado. No había sido como el pez que al darse cuenta de que ha mordido el anzuelo lucha con todas sus fuerzas, hasta que estas desaparecen, con el lenitivo de saber que ha dado todo antes de haber sido derrotado.

Ni siquiera se ha dado cuenta de que esta pisando la entrada de laberinto de engaños; y su terreno encenagado, pensó Richard. Y le dijo:

- ¿Es cierto que eso que dices? ¿Estas segura de que, al momento de verla, tu cólera no será más que miel sobre hojuelas? Y que lo único que ella recibirá de ti no será un beso apasionado luego de haber escuchado el “cuentico de mierda” que dices.

- Creí que teníamos prisa… -Giró hacia donde él estaba-. Podrías poner un arma en mi mano y no dudaría en endosarle una bala en medio de las cejas.

- En ese caso, creo que tengo una idea mejor. Iremos a un lugar antes de ir a casa, amor. Si quieres que Dios no interceda en tus planes debes improvisar…

Richard había dicho eso último sabiendo que nada de lo que decía, o haría minutos más tarde, era improvisado. Cada detalle, o inconveniente, el lo había previsto con anterioridad.

A diferencia de Cristina que había salido de su departamento pensando que haría morder el polvo al tipo que la incordio con su insolente llamada, sin saber que, el mismo tipo era quien la tenía postrada sobre una de lámina de cartón con un tiro en la cabeza.

Había hecho un trato con el Diablo, suponiendo que se saldría con la suya, pavoneándose con el dulce saborcillo de la victoria alcanzada. Ahora casi perdida, mientras se desangraba sobre un suelo frío como tempano de hielo. Tratando de recordar lo que había sucedido, de armar el rompecabezas de lo ya vivido, con el reguero de fragmentos de recuerdo desordenados sobre la moqueta obscura de su memoria desfragmentada. Con los quejidos ocasionados por el dolor como únicos compañeros de celda. Teniendo la sensación de que la sangre derramándose sobre el suelo, no era lo único que se alejaba, ahí también partía su fe en si misma. Alejándose, lentamente, como la fragancia del perfume de Filomena impregnado en su cabello ensangrentado. Cayendo en la cuenta de que el dolor de saber que las piezas que había movido erróneamente en el tablero, era aún más fuerte que el producido por el agujero en su cráneo. Carraspeando en busca de una palabra bien articulada. Con los ojos a medio abrir, adaptándose a una obscuridad a la que ella misma los había conducido; acumulando las pocas imágenes reconocibles. Y entre esas representaciones difusas de espejismos actuando como anclas de la realidad, pudo percibir las de algo parecido aun calzado.

¿Acaso era su captor quien había regresado a endosarle el tiro de gracia como el cobarde que era?

Sin haberla visto directo a los ojos.

Quiso maldecirlo. No pudo, un quejido lastimero fui lo único que logro espetar. Luego, sintió otra presencia. El dolor punzante la hizo revolverse entre el charco de sangre nuevamente.

Y Filomena al tanto de todo.

El cuerpo laxo frente a ella. Insensible ante el dolor ajeno. Sin el remordimiento reflejándose sobre el espejo oculto tras la obscuridad de aquel cuartucho en que la venganza habría de cobrarse una vida…