abril 27, 2012
La Brújula de los Recuerdos: Nota Inesperada, parte 8
La Brújula de los Recuerdos: Nota Inesperada, parte 7
abril 12, 2012
La Brújula de los Recuerdos: Nota Inesperada, parte 6
Ocurrió una semana después de que me encerrarán en ése cuchitril. La hora de la cena había pasado no hace mucho, yo estaba sentado bajo el quicio de la puerta de mi habitación, pensando en Polly, cuando escuché pisadas acercándose desde el pasillo de la vuelta. Seguí con lo mío. Era una joven enfermera con una valija y otro tío. Pasaron frente a mí, la chica me dirigió una leve sonrisa, junto con un hola. Abstraído formando la sección verde de un cubo Rubik estaba el acompañante. (Sí me preguntan cual fue mi première impression, diría que era un tío como cualquiera. Pero había algo en su aspecto que no le vende, no sé si era su mirada apática, la puta sonrisa dibujada en su boca sin razón aparente, la manera de vestirse, su forma de andar. El caso es que partirle la cara, así, sin más, suena sensato. El simple hecho de que estuviera cerca, me perturbó. Aunque no prestaba atención a lo que yo hacía, me sentí observado, escaneado, por su indiferencia. Insultado. Y así, fue fácil caer en su juego. Y eso es lo que realmente me puso hasta la hostia: caí en la cuenta de que no podía contenerme. Es irresistible el no aceptar la invitación de atravesar las líneas en la palma de su mano y salir indemne. Parece sencillo hacerlo. Y como no, si él te pinta el cuadro de esa manera. El guiño de su petulante y magistral disimulo es su mejor treta). Al llegar a la última habitación de ese módulo, tres habitaciones después de la mía, otra enfermera les dio alcance y entregó un juego llaves a su colega. Las dos chicas empezaron a hablar en voz baja como si estuvieran compartiendo un secreto. A media conversación, Papardelle, el acompañante, empezó a tocar la puerta en señal de aviso para poder entrar a la habitación. Adentro no había nadie. Días antes, el inquilino (ahora ex inquilino) de esa habitación, interno GS-13, Gustav Som -un pobre diablo que aseguraba que el fin del mundo había ocurrido en 1927, cuando apareció la primer película hablada, The Jazz Singer, y que, «los seres humanos que habían nacido posteriormente eran una especie de aberración biológica»-, fue reubicado frente a la mía. La fuerza con que los nudillos se estrellaban contra la madera fue ascendiendo hasta lograr captar la completa atención de las enfermeras que no tuvieron otra alternativa que despedirse.
Papardelle fue el primero en entrar al abrirse la puerta. En un pestañeo, la enfermera, había entrado, dejado el equipaje, salido al pasillo y desaparecido de mi visión. La puerta marcada con un dos y un seis dorados permaneció abierta varios minutos (la luz del bombillo formó un cuadrado en la moqueta) hasta cerrarse de un portazo. El ruido del impacto reverberó y en mi espina dorsal sentí las vibraciones que se reproducían en el marco de la puerta. Los cristales de mi ventana tiritaron mientras la obscuridad reinaba en aquel rincón del pasillo. La soledad del corredor del fondo. La cadena de bombillos se apagó en armonía. Hice lo mismo, cerré mi puerta. Era hora de dormir. Esa noche, tampoco pude conciliar el sueño gracias a Polly.
A la mañana siguiente, en la sesión de Gastón, tendríamos un encuentro, Papardelle y yo, vis-à-vis -como lo llamaría él, en su francés masticado.
abril 04, 2012
La Brújula de los Recuerdos: Nota Inesperada, parte 5
No he dormido en dos días. Dormir, ahora, sería un sabotaje. Y tomar mis medicamentos un boicoteo. Promozine HCI. Sumattrapan. Dihydroric-atamine-mezylaite. La rehabilitación no ha funcionado conmigo. No ha funcionado para nosotros, los que sentimos repugnancia por el futuro y hemos perdido todo gramo de inocencia. ¡Puedo ver hacia el cielo y no encontrar una forma identificable en las nubes! Desfilados los años, acumulando tiempo sobre mis hombros, he descubierto que es un jaleo deshumanizadamente, y aberrante. Uno va perdiendo el interés por ese tipo de trastadas ociosas: la chusma no ve al cielo. «No tenemos tiempo», alegan. Alegamos todos. Y nos acurrucamos en nuestras justificaciones como si fueran un jergón de plumas.
Entonces, ¿Por qué carajos el majestuoso caos de la naturaleza malgastaría el suyo en dar forma a las nubes -avión, conejo, carro, flor, n’importe quoi merde- si los miserables de abajo no tienen tiempo para deleitarse con ellas?
¡No vería nada de injusto si viviéramos en tinieblas!
Nuevamente, presiono con fuerza las teclas sin aceitar. Después de horas y horas, mis dedos empiezan a entumecerse. Debo reservar un poco de fuerza para alguno de mis dedos índice. Existe un gatillo que debo accionar.
Acumulé muchas horas sobre la silla. La cama aún sigue intacta. Sentí miedo de que la cinta acabara antes de lograr algo. No tengo repuestos a mano…
Las manecillas del reloj dieron un sinfín vueltas sobre su mismo eje, como la punta de una perinola. Horas (minutos). Horas (minutos, segundos). Y horas (minutos, segundos, milésimas). Una y otra vez, haciendo lo mismo, al igual que las teclas. Tac, tac. Tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac…, y así, y así, hasta que…
¡El insomnio surtió efecto: una œuvre, autobiográfica, ha surgido!
Y digo «obra», por darle realce. Pero, en realidad, no es más que un puñetero cuento de pacotilla, poca cosa, como los que seguramente escribe un gilipollas que conocí en el nido. Pronto, muy pronto, haré mención honorífica, no detallada, suya, toda una alimaña soberbia…
Al terminar de leer mi cuento caí en la cuenta de que escribo como todo un «novato». Es difícil de puntualizar, exactamente, lo que eso significa. Es más sencillo no hacerlo, soy un holgazán. Tampoco es algo que mi egoísmo quiera hacer público. En fin, pienso jalar el gatillo en cincuenta minutos. Aún queda demasiado tiempo, leeré lo que he escrito, por última vez. No, mejor no. Pero es que… ¡¿Es que qué?! Siento un enorme alivio al hacerlo. Pensar que lo último que leí fue una novela de J. Grisham me produce incomodes, irritación. Todavía existe en mí una última dosis de pudor a la que pienso recurrir.
También pienso en los libros que quise leer y nunca leeré. ¡Aló, Los Detectives Salvajes! Pienso en los libros que no conocí y pudieron haberme gustado. ¡Aló, El Tercer Reich, Nocturno de Chile, Monsieur Pain, El Gaucho Insufrible, 2666, Entre paréntesis y Los sinsabores del verdadero policía! Pienso en los libros que empecé a leer y deseché antes de llegar a la página 150 ¡Lamento profusamente que mi escritor favorito encabece el elenco de este enlistado!
Y pienso en como sería mi próximo escrito si no jalará el gatillo. ¡Ahora comprendo a Bolaño y sus ansias por escribir como un poseso!
Papardelle, ¿cómo se verá mi cuerpo sin vida visto desde tus ojos? Bien, la última parte de esta nota, la he reservado para inquietarte, un poco. Muchas cosas han sido pausadas en tu vida por mí causa, lo sé. No pienso hacer público todo. Sólo fragmentos. Pienso omitir muchas cosas de nuestras largas conversaciones mientras fuimos internos. Sólo quiero rememorar como fue que las piezas encajaron. De no hacerlo, esta nota, no tendría sentido. Según el reloj de la cómoda son las veintitrés horas con doce minutos, casi trece. Faltan ocho segundos. Sept, six, cinq, quatre, trois, deux, un… Veintitrés horas con casi catorce minutos. Faltan cincuenta y nueve segundos…
He aquí, mi versión de lo sucedido. El Nido de Ratas como plateau…