febrero 20, 2011

Un recuerdo simultáneo: Mademoiselle C. Sabogal & Filomena/ Segunda Parte

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Richard hizo su pedido. La señorita que lo atendió en la caja le dijo que si no quería añadir una porción de pastel (que eran exhibidos en el mostrador) por $0.50, se negó. La joven sonrió y fue a la parte posterior del local, donde estaba la cocina, a traer unas servilletas. Richard frotó la sortija de matrimonio, la espera se estaba haciendo demasiado larga para una taza con chocolate.

Tras unos minutos, su pedido estaba listo pero debía esperar su cambio. A pesar de su incordio Richard no iba a prestarse a una rabieta en la cafetería. Serán unos segundos más, se dijo para contener el disgusto.

No fueron unos "segundos más" como el pensó.

Por segunda vez sintió la plata fría del anillo al hacer fricción con sus dedos, no pudo contener más su indignación, le dijo a la cajera que era una pérdida de tiempo estar esperando, que no pasaría el Día de San Valentín conversando con una cajera de cafetería, que llevarán el cambio a su mesa.

Al momento de terminar su perorata, se disculpó por lo dicho.

La cajera se disculpó por la tardanza pero el local estaba lleno. "Al parecer todas las parejas de Bogotá están aquí, señor", le explico la cajera. Ella se disculpó por enésima vez y le dijo que harían caso a su orden, de llevar su cambio a la mesa. Le tendió la taza con chocolate y una sonrisa rutinaria.

Al voltearse, Richard se sintió aún más avergonzado, la cajera había tenido toda la razón: el salón principal de la cafetería estaba repleto. Richard se preguntó en que momento habían arribado todas esas personas, que al parecer, eran en su mayoría, eran cónyuges. Aunque era demasía gente reunida en un mismo lugar que hasta se podría decir que ingresaron todos al mismo tiempo como un batallón. El serpentear por en medio de las mesas resultaba casi imposible, era fácil toparse con una mano/espalda/filo de una mesa. Richard dio gracias a Dios de no sufrir claustrofobia, hubiese sido la guinda del pastel. Richard vio como las camareras hacían su versión de la La Odisea en cada pedido que debían cumplir. Parecían volatineros haciendo un acto circense con las bandejas plásticas en medio de aquel barullo. Al estar en medio del salón, Richard, sintió la sensación de estar en arenas movedizas, que no avanzaba, que era engullido por una fuerza invisible como en una de esas pesadillas donde eres perseguido por alguien y al parecer te han sujetado a una caminadora, como las de los gym. Al termino de segundos, la sensación era tal que Richard, presentía que su cara iba a terminar estrellada en el frió suelo junto a un tacón femenino.

Al escuchar el resonar de la campanilla colgada en la puerta de entrada, Richard, sintió un gran alivio. Por suerte, la taza de chocolate permanecía incólume, al igual que la porcelana que le servía como base. Pronto esa tranquilidad le fue arrebatada, cuando se situó a unos pasos de la mesa se percató que su esposa ya no esta ahí.

Richard giro su cabeza a derecha e izquierda, en pocos segundos ya había hecho un planeo de la avenida, de un lado estaba la fuente del parque, del otro la calle en lontananza.

Los ancianos aún permanecían en su mesa, una súbita esperanza emergió de una parte muy recóndita de su ser, junto a su angustia. Dejó la taza con chocolate junto al servilletero y con movimientos prudentes se acercó a la pareja antediluviana.

No, no habían visto en que momento se retiró de la mesa, dijo el anciano mientras daba un sorbo de café.

"Aunque me pidió prestado mi bolígrafo -hizo un movimiento de cabeza hasta que su mirada se tipo con el bolsillo de su camisa-, quizás dejó un notita para usted, señor".

Richard fue hacia la mesa, y en efecto, justo debajo de la porcelana resaltaba la esquina de una servilleta, quitó la taza (se quemó la mano, maldijo), y encontró un mensaje:

"Regresaré a casa pronto, perdón amor".

Richard se quedó de hielo, volvió la mirada hacia los ancianos que lo escrutaban desde su mesa, les sonrió. La anciana le devolvió el gesto, mientras el esposo levantó su taza de café como asentimiento.

Donde carajos has ido, Filomena, se dijo Richard antes de alejarse de la cafetería.

En el preciso momento en que Richard giraba por la esquina, una camarera salió del restaurante hacia las mejas de afuera, se preguntó que en cual mesa debía dejar el cambio, pero un anciano le dijo que el joven que estaba en esa mesa (la señalo con su dedo) se había retirado hace unos segundos. La chica pensó que era su día de suerte y que debía tomarlo como una propina. Introduje el dinero en un bolsillo de su delantal. Limpió la mesa y al poner la taza de chocolate en la bandeja plástica le pareció extraño, al parecer nadie había bebido un sorbo de ella.


LA PINTURA es creación DEL ARTISTA ERNEST DESCALS PUJOL.(MANRESA,1956)

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