febrero 24, 2011

Un recuerdo simultáneo/ Tercera Parte

3

Filomena dejó el bolígrafo en la mesa y le agradeció con una sonrisa al anciano, que le devolvió el gesto.

Al dejar la nota junto al servilletero se preguntó si llegaría a experimentar ese sincero amor que vislumbraba en la mirada de la pareja de ancianos. Se dijo que sí, que no estaba muy lejos de ello.

La noche empezaba a mostrar su rostro lóbrego, por suerte, las primeras farolas de la avenida empezaban a alumbrar, sobre la banqueta se dispersaban los rayos luminosos en un viaje constante sin retorno. Sobre el pavimento las sombras de los viandantes se estiraban hasta hacer contacto la punta de las zapatillas de Filomena. Las delgadas suelas chocaban contra el concreto y dejaban escapar un leve sonido como el de un suspiro en medio de la nada. Pronto, el andar rápido fue cambiando hasta convertirse en un trote parsimonioso.

Al doblar en la esquina, la divisó. La reconoció con facilidad por la bufanda que terminaba en la espalda baja de Cristina.

Ella estaba ahí, quieta, frente a una galería -desde donde estaba podía verse el enorme rótulo que se mecía en lo alto, justo debajo de Cristina-, como si supiera que iban tras de ella. ¿Qué había logrado llamar su atención, eh?, se preguntó Filomena sin darse el tiempo necesario para contestarse así misma, apresuró el paso. Quería acercarse lo más que su ligereza le permitiera, estirar la mano y posarla en su hombro, para luego... ¿Para luego qué?, se dijo. No supo con certeza lo que haría. Siguió, no se percató pero ahora corría sobre la acera como si el último hálito de vida se escapará por la calle... a unos metros de donde se encontraba.

*

No supo con certeza que era... ¿tendría que ver algo el cuadro de la galería en donde se mostraba a dos mujeres? Se detuvo frente al cristal. Unas bombillas alumbraban el cuadro haciendo que los detalles del óleo resaltarán como si la pintura estuviera tomando vida propia. Cristina, se dijo a sí misma que debía volver. "Un cruce de palabras no te harán daño, Cristina", pensó. Hizo mella en lo fácil que resulta alejarse sin permitirse el derecho de la equivocación necesaria que luego hace más sencillo el abandonar y olvidar.... sólo era eso lo que buscaba. Una quietud sólida que no se desmoronará con tanta fragilidad.

*

Los pies de Filomena iban a estallar con el próximo paso. Se dijo que no podía más. Su último intento por hacer algo resonó en toda la calle y reverberó en un eco que se extinguió justo cuando sus miradas se encontraron, nuevamente.

*

Escuchó su nombre reverberar por toda la calle ..., la voz que clamaba por ella parecía ser la misma que se fue extinguiendo en sus recuerdos luego de tantos años como la llama de una vela luego de recibir el embate de un soplo. Giró la cabeza, estaba ahí, en medio del arcén, quieta, como la última vez. Las personas que rodeaban a Filomena la miraban atónitas, era obvio, nadie entiende el lenguaje de la pasión si no es parte de él. Y eso era justo lo que había entre ellas: pasión. Cristina no espero a que Filomena diera el primer paso, no era ése su estilo, la iniciativa predominante nunca fue lo suyo. Cristina camino hacia Filomena, cosa que disfrutó placenteramente, era similar a la sensación de acercamiento como cuando pasaron la primer noche juntas.

Se sintió plena y segura, al ver a Cristina acercarse a ella, lentamente. Hubiera querido estar desnuda, cubierta sólo por las sábanas blancas de aquella cama en la que muchas veces se dejaron amar hasta el siguiente amanecer.

*

Filomena se quedó sin palabras, Cristina tomo su lívida mano.

"No digamos nada, ya tendremos tiempo de hacernos dañó", le dijo Cristina a Filomena antes de darle un beso (adoraba perderse en eso labios), para luego cubrirla con sus brazos como la noche lo hacía con ellas, como las sábanas blancas que esperaban por ellas en el departamento, desde hacía un tiempo atrás.

Arte (1): Min Jung Kang
Fotografías (2, 3): Reem Alsabah


febrero 20, 2011

Un recuerdo simultáneo: Mademoiselle C. Sabogal & Filomena/ Segunda Parte

2

Richard hizo su pedido. La señorita que lo atendió en la caja le dijo que si no quería añadir una porción de pastel (que eran exhibidos en el mostrador) por $0.50, se negó. La joven sonrió y fue a la parte posterior del local, donde estaba la cocina, a traer unas servilletas. Richard frotó la sortija de matrimonio, la espera se estaba haciendo demasiado larga para una taza con chocolate.

Tras unos minutos, su pedido estaba listo pero debía esperar su cambio. A pesar de su incordio Richard no iba a prestarse a una rabieta en la cafetería. Serán unos segundos más, se dijo para contener el disgusto.

No fueron unos "segundos más" como el pensó.

Por segunda vez sintió la plata fría del anillo al hacer fricción con sus dedos, no pudo contener más su indignación, le dijo a la cajera que era una pérdida de tiempo estar esperando, que no pasaría el Día de San Valentín conversando con una cajera de cafetería, que llevarán el cambio a su mesa.

Al momento de terminar su perorata, se disculpó por lo dicho.

La cajera se disculpó por la tardanza pero el local estaba lleno. "Al parecer todas las parejas de Bogotá están aquí, señor", le explico la cajera. Ella se disculpó por enésima vez y le dijo que harían caso a su orden, de llevar su cambio a la mesa. Le tendió la taza con chocolate y una sonrisa rutinaria.

Al voltearse, Richard se sintió aún más avergonzado, la cajera había tenido toda la razón: el salón principal de la cafetería estaba repleto. Richard se preguntó en que momento habían arribado todas esas personas, que al parecer, eran en su mayoría, eran cónyuges. Aunque era demasía gente reunida en un mismo lugar que hasta se podría decir que ingresaron todos al mismo tiempo como un batallón. El serpentear por en medio de las mesas resultaba casi imposible, era fácil toparse con una mano/espalda/filo de una mesa. Richard dio gracias a Dios de no sufrir claustrofobia, hubiese sido la guinda del pastel. Richard vio como las camareras hacían su versión de la La Odisea en cada pedido que debían cumplir. Parecían volatineros haciendo un acto circense con las bandejas plásticas en medio de aquel barullo. Al estar en medio del salón, Richard, sintió la sensación de estar en arenas movedizas, que no avanzaba, que era engullido por una fuerza invisible como en una de esas pesadillas donde eres perseguido por alguien y al parecer te han sujetado a una caminadora, como las de los gym. Al termino de segundos, la sensación era tal que Richard, presentía que su cara iba a terminar estrellada en el frió suelo junto a un tacón femenino.

Al escuchar el resonar de la campanilla colgada en la puerta de entrada, Richard, sintió un gran alivio. Por suerte, la taza de chocolate permanecía incólume, al igual que la porcelana que le servía como base. Pronto esa tranquilidad le fue arrebatada, cuando se situó a unos pasos de la mesa se percató que su esposa ya no esta ahí.

Richard giro su cabeza a derecha e izquierda, en pocos segundos ya había hecho un planeo de la avenida, de un lado estaba la fuente del parque, del otro la calle en lontananza.

Los ancianos aún permanecían en su mesa, una súbita esperanza emergió de una parte muy recóndita de su ser, junto a su angustia. Dejó la taza con chocolate junto al servilletero y con movimientos prudentes se acercó a la pareja antediluviana.

No, no habían visto en que momento se retiró de la mesa, dijo el anciano mientras daba un sorbo de café.

"Aunque me pidió prestado mi bolígrafo -hizo un movimiento de cabeza hasta que su mirada se tipo con el bolsillo de su camisa-, quizás dejó un notita para usted, señor".

Richard fue hacia la mesa, y en efecto, justo debajo de la porcelana resaltaba la esquina de una servilleta, quitó la taza (se quemó la mano, maldijo), y encontró un mensaje:

"Regresaré a casa pronto, perdón amor".

Richard se quedó de hielo, volvió la mirada hacia los ancianos que lo escrutaban desde su mesa, les sonrió. La anciana le devolvió el gesto, mientras el esposo levantó su taza de café como asentimiento.

Donde carajos has ido, Filomena, se dijo Richard antes de alejarse de la cafetería.

En el preciso momento en que Richard giraba por la esquina, una camarera salió del restaurante hacia las mejas de afuera, se preguntó que en cual mesa debía dejar el cambio, pero un anciano le dijo que el joven que estaba en esa mesa (la señalo con su dedo) se había retirado hace unos segundos. La chica pensó que era su día de suerte y que debía tomarlo como una propina. Introduje el dinero en un bolsillo de su delantal. Limpió la mesa y al poner la taza de chocolate en la bandeja plástica le pareció extraño, al parecer nadie había bebido un sorbo de ella.


LA PINTURA es creación DEL ARTISTA ERNEST DESCALS PUJOL.(MANRESA,1956)

febrero 12, 2011

Un recuerdo simultáneo: Mademoiselle C. Sabogal & Filomena

[Cualquier analogía errónea con la realidad debe ser interpretada como una absurda invención del autor]


Mademoiselle Sabogal: Escena Uno.


- Basta de absurdas palabras, sil tu plaît. Para mañana ya no habrá que preocuparse por “nuestro” futuro. Hoy, sólo hay tiempo para crear un recuerdo. Algo que con el tiempo, parecerá maravilloso, aunque no lo haya sido -me acerque lentamente a sus labios, dudó, sus pupilas se abrieron, al igual que sus labios: pude percibir su aliento, junto con el aroma a cereza de su lápiz labial-. Desde un comienzo te dije que esto, no nos llevaría a nada –proseguí, debía hacer mis movimientos rápidos, sin permitirle intervenir-; somos dos mujeres, eso significa demasiado drama, no crees. Nos hace falta un poco de frivolidad masculina como telón de fondo. Até Logo...

La besé. El lápiz labial se impregno en mí como si fuera un intento, por parte de ella, de dejar algo en mí. Permaneció callada, pensativa. Esa fue la última vez que la vi.

Luego me maldije por no preguntarle que era lo que pensaba, debí hacerlo. Cada vez que revivía aquel día, me decía, que debí haber hecho las cosas diferentes, sólo un detalle nunca mudaba en el guión: alejarme de ella.

Ahora, al verla junto a su esposo (quien frota sutilmente su barriga haciendo que el brillo de su anillo absorba los últimos rayos de sol de día), me resulta sencillo darme cuenta que hubiese sido desastroso, para ella, haberse quedado junto a mí.

Hice bien en alejarme, me dije, reconfortándome…


Filomena: Escena Dos.


Richard no paraba de frotar mi ombligo con su mano. Estaba entusiasmado con el embarazado. A mí, me tomó por sorpresa la noticia que pronto sería madre.

Cuando el doctor, luego de una prueba de sangre, dirimió todas mis dudas, que tendría un bebé, me quedé estupefacta/quieta en la camilla, las ideas en mi cabeza eran como la bata del doctor, de la enferma, la mía; blancas...me quedé de piedra.

Luego de un par de meses de nauseas, vómitos y antojos, la sensación de negación/incomodidad se fue diluyendo. Los antojos eran cada día, más y más, frecuentes. Ese día, le dije a Richard que quería ir a dar una vuelta al parque, quizás ir a una cafetería cercana. Me dijo que, luego de salir del trabajo pasaría por mí al departamento y cumpliría mi capricho, y no sólo eso, me tenía una sorpresa...

Cuando llegamos me encontré con una mesa arreglada, con un hermoso ramo de girasoles en el centro, unas velas, y un par de copas servidas con vino. Era parte del plan de Richard, creo. La mesa estaba junto a la avenida, en el arcén de concreto, por suerte no había muchos autos, aunque la hora de tráfico nocturno estaba próxima. Me ayudó a sentarme, todo un caballero. Le dije, gracias amor. Me beso en la frente, y me frotó el vientre, sutilmente, como cuando se iba temprano a trabajar y evitaba, a toda costa, hacer un fragor/movimiento brusco que me privará del momentáneo sueño.

Le pedí a la mesera que cambiará mi copa de vino por un vaso de agua, por el bebé. Richard se excusó diciendo que cuando hizo la reservación no menciono que éramos tres. Me pareció tierno, adorable. La mesera coloco la copa en una bandeja que manipulaba con pericia, se dirigió a la barra, no sin antes, espetarme una sonrisa y dejar los menús en la mesa.

Desde donde se estaba, podía ver la fuente principal del parque. No era extraño que no hubiera mucha gente cerca, el atardecer empezaba a mostrar sus primeros intentos de florecimiento. Aún así, había un par de personas en las escalinatas, el agua de la fuente, que caía en forma de una anodina brisa sobre los hombros de los viandantes, seguramente, era refrescante. Tras unos minutos, regreso una mesera (la que nos dio la bienvenida atendía a una pareja de ancianos que segundos antes había llegado al lugar), se disculpó por no llevar mi vaso con agua, no entendí a que se debía tal reticencia hasta que ordenó a otra mesera que llevará a nuestra mesa unas porciones de pastel y dos tazas con chocolate. “Obsequio de la casa a las parejas, por el Día de San Valentín”, dijo y se retiro hacia donde estaba la mesa de los ancianos. Esto, me tomo por sorpresa, había olvidado la fecha en la que estábamos. Richard sonrió desde el otro lado, sabía que me había tomado desprevenida.

El chocolate esta hirviendo, aun así, resultaba íntimo verlo exudar un leve efluvio de la tacita de porcelana. Dar el primer sorbo de aquella cálida bebida provoco en mí, una fruición que se desplegó por todo mi cuerpo, que decir de la primer porción de pastel. Habría comido otra, pero al ver de reojo, nuevamente, hacia las gradillas de la fuente, el antojo de cualquier cosa, desapareció...

Estaba ahí, viéndome fijamente, desde las escalinatas dela fuente. Su pelo había sufrido cambios, era del color del atardecer de ese día, anaranjado. Pero su mirada esta indemne, era la misma. Sus ojos verdes hacia contraste con su hermoso vestido floreado, con sus botas escocesas (recuerdo que fue un regalo de su madre), y la vieja bufanda azul, aún raída. Una parte de mí, decía que debía pararme e irme de ahí, huir. La otra, que no.

Decidí tomar la mano de mi esposo y darle un beso, aseste justo en el nudillo del dedo anular. Me sonrió, dejó su asiento y se acerca a mí: sus labios me provocaron lo mismo que aquel día en que ella decidió irse, amor profundo.

Aún logró recordar lo que pensé en ese momento, cuando sus labios se llevaban una parte de mí, algo que como ella dijo, ahora era sólo un recuerdo.

Cuando sus labios se despegaban de los míos pensé: "Seguramente no volveré a sentir algo así...". Lo último que escuché fue un "até logo", se fue. El recuerdo estaba creado.


Mademoiselle Sabogal & Filomena: Escena Final.


No podía evitar la sensación de cobardía, no hacer nada, había que hacer un intento para hacer que desapareciera tal rescoldo. He de arrepentirme de esto si no corro el riesgo, pensó C. Sabogal. Una gota de agua (de la fuente) cayó en su mano, estaba fría. Se acomodo la bufanda y camino hacia donde Filomena quien se alejaba de su esposo luego de darle un beso. No tardó en llegar a la mesa, la distancia era más corta de lo que creyó, no tuvo el tiempo para ordenar sus ideas/pensamientos, de darle forma a su improvisación. Estaba a un par de pasos de la mesa, aún no había pensado algo que decir, como iniciar un nuevo/viejo contacto con ella, sólo quedaba una salida: su intuición. Al llegar a la mesa, pensó:

- No estoy lista para un nuevo recuerdo del cual no me sentiré cómoda. Los recuerdos no deberían ser retroactivos, o al menos, no permitir que los sentimientos sean quienes conciban su efigie en el mundo paralelo de los recuerdos.

Se alejó. Filomena percibió su aroma al pasar junto a ella y pensó:

- Quizás, no me ha reconocido. Quizás me ha olvidado. Quizás, el anterior recuerdo, el de ella besándome, sea el indicado.

Richard, la interrumpió de su soliloquio.

- Nada, no pienso en nada. Puedes traerme otra taza con chocolate, amor.