febrero 24, 2011
Un recuerdo simultáneo/ Tercera Parte
febrero 20, 2011
Un recuerdo simultáneo: Mademoiselle C. Sabogal & Filomena/ Segunda Parte
febrero 12, 2011
Un recuerdo simultáneo: Mademoiselle C. Sabogal & Filomena
La besé. El lápiz labial se impregno en mí como si fuera un intento, por parte de ella, de dejar algo en mí. Permaneció callada, pensativa. Esa fue la última vez que la vi.
Luego me maldije por no preguntarle que era lo que pensaba, debí hacerlo. Cada vez que revivía aquel día, me decía, que debí haber hecho las cosas diferentes, sólo un detalle nunca mudaba en el guión: alejarme de ella.
Ahora, al verla junto a su esposo (quien frota sutilmente su barriga haciendo que el brillo de su anillo absorba los últimos rayos de sol de día), me resulta sencillo darme cuenta que hubiese sido desastroso, para ella, haberse quedado junto a mí.
Hice bien en alejarme, me dije, reconfortándome…
Filomena: Escena Dos.
Richard no paraba de frotar mi ombligo con su mano. Estaba entusiasmado con el embarazado. A mí, me tomó por sorpresa la noticia que pronto sería madre.
Cuando el doctor, luego de una prueba de sangre, dirimió todas mis dudas, que tendría un bebé, me quedé estupefacta/quieta en la camilla, las ideas en mi cabeza eran como la bata del doctor, de la enferma, la mía; blancas...me quedé de piedra.
Luego de un par de meses de nauseas, vómitos y antojos, la sensación de negación/incomodidad se fue diluyendo. Los antojos eran cada día, más y más, frecuentes. Ese día, le dije a Richard que quería ir a dar una vuelta al parque, quizás ir a una cafetería cercana. Me dijo que, luego de salir del trabajo pasaría por mí al departamento y cumpliría mi capricho, y no sólo eso, me tenía una sorpresa...
Cuando llegamos me encontré con una mesa arreglada, con un hermoso ramo de girasoles en el centro, unas velas, y un par de copas servidas con vino. Era parte del plan de Richard, creo. La mesa estaba junto a la avenida, en el arcén de concreto, por suerte no había muchos autos, aunque la hora de tráfico nocturno estaba próxima. Me ayudó a sentarme, todo un caballero. Le dije, gracias amor. Me beso en la frente, y me frotó el vientre, sutilmente, como cuando se iba temprano a trabajar y evitaba, a toda costa, hacer un fragor/movimiento brusco que me privará del momentáneo sueño.
Le pedí a la mesera que cambiará mi copa de vino por un vaso de agua, por el bebé. Richard se excusó diciendo que cuando hizo la reservación no menciono que éramos tres. Me pareció tierno, adorable. La mesera coloco la copa en una bandeja que manipulaba con pericia, se dirigió a la barra, no sin antes, espetarme una sonrisa y dejar los menús en la mesa.
Desde donde se estaba, podía ver la fuente principal del parque. No era extraño que no hubiera mucha gente cerca, el atardecer empezaba a mostrar sus primeros intentos de florecimiento. Aún así, había un par de personas en las escalinatas, el agua de la fuente, que caía en forma de una anodina brisa sobre los hombros de los viandantes, seguramente, era refrescante. Tras unos minutos, regreso una mesera (la que nos dio la bienvenida atendía a una pareja de ancianos que segundos antes había llegado al lugar), se disculpó por no llevar mi vaso con agua, no entendí a que se debía tal reticencia hasta que ordenó a otra mesera que llevará a nuestra mesa unas porciones de pastel y dos tazas con chocolate. “Obsequio de la casa a las parejas, por el Día de San Valentín”, dijo y se retiro hacia donde estaba la mesa de los ancianos. Esto, me tomo por sorpresa, había olvidado la fecha en la que estábamos. Richard sonrió desde el otro lado, sabía que me había tomado desprevenida.
El chocolate esta hirviendo, aun así, resultaba íntimo verlo exudar un leve efluvio de la tacita de porcelana. Dar el primer sorbo de aquella cálida bebida provoco en mí, una fruición que se desplegó por todo mi cuerpo, que decir de la primer porción de pastel. Habría comido otra, pero al ver de reojo, nuevamente, hacia las gradillas de la fuente, el antojo de cualquier cosa, desapareció...
Estaba ahí, viéndome fijamente, desde las escalinatas dela fuente. Su pelo había sufrido cambios, era del color del atardecer de ese día, anaranjado. Pero su mirada esta indemne, era la misma. Sus ojos verdes hacia contraste con su hermoso vestido floreado, con sus botas escocesas (recuerdo que fue un regalo de su madre), y la vieja bufanda azul, aún raída. Una parte de mí, decía que debía pararme e irme de ahí, huir. La otra, que no.
Decidí tomar la mano de mi esposo y darle un beso, aseste justo en el nudillo del dedo anular. Me sonrió, dejó su asiento y se acerca a mí: sus labios me provocaron lo mismo que aquel día en que ella decidió irse, amor profundo.
Aún logró recordar lo que pensé en ese momento, cuando sus labios se llevaban una parte de mí, algo que como ella dijo, ahora era sólo un recuerdo.
Cuando sus labios se despegaban de los míos pensé: "Seguramente no volveré a sentir algo así...". Lo último que escuché fue un "até logo", se fue. El recuerdo estaba creado.
Mademoiselle Sabogal & Filomena: Escena Final.
No podía evitar la sensación de cobardía, no hacer nada, había que hacer un intento para hacer que desapareciera tal rescoldo. He de arrepentirme de esto si no corro el riesgo, pensó C. Sabogal. Una gota de agua (de la fuente) cayó en su mano, estaba fría. Se acomodo la bufanda y camino hacia donde Filomena quien se alejaba de su esposo luego de darle un beso. No tardó en llegar a la mesa, la distancia era más corta de lo que creyó, no tuvo el tiempo para ordenar sus ideas/pensamientos, de darle forma a su improvisación. Estaba a un par de pasos de la mesa, aún no había pensado algo que decir, como iniciar un nuevo/viejo contacto con ella, sólo quedaba una salida: su intuición. Al llegar a la mesa, pensó:
- No estoy lista para un nuevo recuerdo del cual no me sentiré cómoda. Los recuerdos no deberían ser retroactivos, o al menos, no permitir que los sentimientos sean quienes conciban su efigie en el mundo paralelo de los recuerdos.
Se alejó. Filomena percibió su aroma al pasar junto a ella y pensó:
- Quizás, no me ha reconocido. Quizás me ha olvidado. Quizás, el anterior recuerdo, el de ella besándome, sea el indicado.
Richard, la interrumpió de su soliloquio.
- Nada, no pienso en nada. Puedes traerme otra taza con chocolate, amor.