Los dedos parecen un conciliábulo en contra de la chapa de la puerta. Un estupro con el beneplácito de una hipocondría mente [he ahí el leitmotiv de reclutar lastres del cuerpo para sus fechorías…].
La puerta pusilánime se deroga frente al flujo de concatenaciones con ánimos de impeler del subordinado sensorial de la truculenta mente. Un jaculatorio vaho-suspiro proveniente de no sé donde del inhóspito lugar, despertaría ha cualquier sub-conciente. Adentro no hay más que una silla y un espejo. Con alevosía la mente envía nuevamente al kamikaze táctil para que en nombre de la autarquía, vitupere la interdependencia-pocisional del artefacto de madera, y lo acomode frente al espejo.
La silla y su reflejo [junto al de un cuerpo humano] germinan en el prototipo de cristal.
El poluto suelo posee máculas de moho, el tinte verde de putrefacción parece tan consuetudinario/perfecto/favorito, (esos pies hacen que parezca un terreno agreste) como el jardín/cementerio/apoteosis de Troadio, donde seguramente descansa una flor amarilla de chichicaste SydBarret y una rosa MaríaGabrielaEpumer; que se sustentan del charco de inmortalidad que ha dejado un colibrí que se posa, a cada instante, en la oreja [(que esta en el cuerpo) + (que esta en la silla)], el aspaviento de las alas lo delatan.
La mente excogita las entrañas de las paredes acuosas, dejando al cuerpo eremita/acinésico/exánime/inerme ser objeto del feed-back de iconografías del espejo [la mente intentara ver aquello, que seguramente no encuentra, al estar enchufada a un cuerpo…] [La mente expedita siempre cree/quiere estar un paso adelante del cuerpo…].
La tribulación de la concupiscencia mental logro abolir la puerta…
No hay vulvas ni falos ni felaciones ni da que se le parezca; una máquina de escribir está incrustada en la pantalla. El humo activó el dispositivo contra incendios. En el suelo los legajos exangües-empapados de James Ballard producen flebotomías de tinta azul [él ve la urbe desde el ventanal]. Su voz deja impregnado un vaho en el cristal, mientras susurra: “La pornografía es analítica. La he visto… y no creó que eso sea amor, es mas bien, la muerte del afecto”.
- Hey, al Padre del nihilismo global no le gusta que lo espíen. [Una chica en el pasillo muestra sus dientecillos blancos y alza con donosura unas botellas con la estampa de un tipo caminando] ¿Whisky?
- Prefiero el sexo. ¿No tendrán otro televisor?
- No, sólo ¡whisky…! [De nuevo el anterior gesto].
- ¿Hay sexo después del whisky…?
- No. ¿Whisky?
- No bebo. Prefiero… ¡El Sexo! [¿Eso fue una sonrisa? Prefiero a la farota del televisor…]
Keira Pappo -ese es el nombre de la chica sonrisa falsa- entra a la habitación con su cansera/camándula socialización; deja en recua las botellas de whisky a dos tipos de una mesa.
La mente cierra la puerta, si no hay sexo no le interesa… [El duodécimo mandamiento es no estorbar]
En las paredes del pasillo hay fotografías que saludan al pasar, todas tomadas por alguien de apellido Chauche. El piso de madera produce un estertor fastidioso como el de la rima de la poesía [que no es más que sedimentos fétidos provenientes del ano de la novela].
Dos hombres salen de la habitación. Uno de ellos [el de bigote blanquinegro] tiene una botella de whisky que lleva esporádicamente a su boca; cuando no lo hace grita: “¡No estoy en medio de la guerra del mainstrain y el under! Por favor, lloren ¡Ja…! ¡Che! Dame la inyección a tiempo antes de que se me pudra el corazón…”. El otro lleva una playera que dice en la parte del frente “The fifth Beatle…”. Al pasar junto a ella, el de acento argentino le dice: “No perdono la hipocresía… ¡tomátela tartufa!” [La parte posterior de la playera dice “Charles Manson”]. Se dirigen a unas gradas que llevan a una parte superior del lugar. La mente decide seguirlos…
Con cada paso dado cuenta uno a uno los escalones; la cuenta llega a 27 (no, creo que fueron 28).
“El suicidio es un lujo. ¿Quién puede elegir el momento apto para su muerte? ¡Escribir el momento de su fallecimiento para ya no tener que escribir! ¡Ja…! ¡Adelante! Recuerden señores, ¡la duda es el suicidio de una idea…!” [Un tipo con megáfono].
- ¿Usted, a que viene? [Dirigiéndose a la mente] [El imbécil debería de apagar el megáfono]
- A desvirgarme…
- ¿Desvirgarte? Como no… [Le da un discman y un disco]. Recuerden señores, lo único que nos debe producir indulgencia ¡Son los propios anacronismos! El perdón de uno mismo… [Dirigiéndose a la cohorte].
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