septiembre 12, 2011

Un recuerdo simultaneo/ Capítulo Final 4/4

En segundos, Charlotte estaba en la habitación entregándosele a Richard.
-         Aquí esta -dijo, solícita.
-         ¿Donde esta tu arma, Richard?
Richard levanto su camisa y giro sobre sí mostrando su espalda baja. El cañón del arma estaba oculto tras el pantalón pero el mango y gatillo a la vista distinguiéndose sobre la piel clara.
-         Bien quiero que hagas algo por mí, antes de que le ponga el tiro entre las cejas. Escucha bien: toma su mano derecha y extiéndela como si fueras a depositar monedas en ella -Filomena daba las ordenas como si estuviera diciendo una receta de cocina-, luego, con en el filo del cuchillo, dibuja una E, en mayúscula, sobre la palma.
-         No voy a ser algo así…-la voz de Richard sonó como la de un niño asustado que se rehúsa a participar en una diablura por que reconoce el riesgo de ser atrapado.
-         No me digas que ahora vas a echarte para atrás, Richard. ¿Quieres que le peque el tiro o me largue de esta pocilga de mierda? Compláceme, -Filomena imprimió la voz más dulce que había dentro de ella-, deseo un recuerdo de ustedes dos, juntos. Un recuerdo simultáneo…
-         De acuerdo…- dijo mientras se inclinaba hacia Cristina con el cuchillo en sus manos.
-         ¡Espera! -su grito hizo que Charlotte diera un respingo dejando caer la lima de sus manos.
Un ruido de metal como si alguien hubiera dejado caer una moneda invadió la habitación.
-         ¿Ahora, qué?
-         Recuerda que no he usado un arma nunca ¿Ya las haz cargado?
Richard se puso de pie. Saco el arma de su escondite e hizo girar el tambor. Luego tiró el percutor que hizo un pequeño ruido como cuando se cierra un candado. La mostro a Filomena y volvió a guardarla. Y añadió girando hacia Cristina:
-         Bien, ya puedo proseguir con tu loable idea.
Richard tomo la muñeca laxa de Cristina y la presionó contra el suelo. Puso la hoja afilada del cuchillo sobre la piel e hizo exactamente lo que Filomena le había ordenado.
-         Avísame cuando hayas terminado -le dijo a Richard mientras esperaba y veía como Charlotte volvía a tomar la lima del suelo. El taño de la rosa parecía un hueso en el hocico de un perro.
A Richard le estaba llevando más tiempo del que había pensado. A pesar de que la hoja del cuchillo se deslizaba como patín de acero sobre hielo seco. La piel se abría como pétalos de flor dejando emanar la sangre fluidamente. Pronto la sangre caía a gotas de la mano de Cristina hacia el charco sobre la lámina de cartón como un pequeño arroyo hacia el lago más cercano. No hubo ningún intento de lucha por parte ella. Los quejidos eran el de una persona que acababa de hacerse un pequeño rasguño con el borde de la banqueta. Había perdido casi el sentido de la realidad, más dolor no cambiaba nada, al contrario, apresuraba su inexorable fin.
Richard dijo con aire de grandeza:
-         Listo. Creo que ha qu---
Richard sintió una corriente de aire detrás de él y luego…
¡Una…!
¡Dos detonaciones del revolver!
Richard giro rápidamente y vio a Filomena varios metros de él, con las manos extendidas hacia donde el cuerpo de Charlotte convulsionaba con dos agujeros en la cabeza como si estuviera teniendo un ataque epiléptico. El tallo de la rosa aún permanecía sobre la boca abierta como un agujero en la tierra. El rostro de Filomena no denotaba, extrañeza alguna, como sí por su poca inexistente experiencia con las armas hubiera acciona el gatillo sin intención de dejar escapar dos tiros certeros hacia el cráneo de la chica que Richard había consideraba, hasta entonces, como una hermana menor a quien debía cuidar; al contrario, el rostro de Filomena era todo menos el de una persona con arrepentimiento por sus actos.
Pronto la sangre se dispersó varios metros, desde el cuerpo ya sin vida, hasta dar muy cerca de donde Filomena permanecía parada con una sonrisa traviesa como si lo que había lanzado hubiese sido un globo con agua a manera de broma familiar.
-         ¡¿Pero qué carajos has hecho?! –le grito tirado casi sobre el cuerpo exánime de Cristina, con los ojos desorbitados prestos a salir de sus cuencas, con un halo de pavor y con los brazos salpicados de sangre. El cuchillo había quedado sobre la mano de Cristina que había dejado de quejarse antes de que Richard terminará de poner la marca sobre su palma.
-         Tranquilo, amor. No quiero testigos… sólo es eso. Ya había hecho mucho, no vi la necesidad de que… siguiera con vida. Además, no me ha gustado que haya desojado la rosa. ¿Tienes idea de donde pudo haberla tomado, Richard? No… bien. Yo sí. Ahora, quítate del frente… -Richard se apartó rápidamente y se puso de pie apoyándose en la pared y embadurnándola de sangre de Cristina-. Corrígeme sino -apuntó con el arma a Cristina-, aún tengo cuatro tiros, ¿no? -Richard asintió con la cabeza-. Y te dije en aquella esquina: voy a vengarme de su engaño…
Richard negó con la cabeza, y agregó:
-         No, has dicho: podrías poner un arma en mi mano y no dudaría en endosarle una bala en medio de las cejas -las palabras le salieron entrecortadas como si hubieran sido seccionadas en partes más pequeñas. No podía creer que Filomena estuviera apuntando con el arma con tanta convicción. ¿De dónde provenía esa repentina sangre fría de asesina en serie?
-         ¿Una bala…? Bien. Creo que he mentido… -dijo antes de jalar el gatillo nuevamente.
Primer…
Segundo…
Tercer….
Y cuarto disparo.
El humo del cañón empezaba a dispersare por la habitación cuando Filomena lo dejo caer contra el suelo e intentar salir de ahí a tropezones. Se detuvo en el rellano de la puerta y fue hasta donde estaba Cristina. Se hinco hasta que sintió el roce de sus labios con cabello ensangrentado.
Filomena había dicho algo al oído a Cristina.
Salió de la habitación, sollozando:

Un recuerdo simultaneo…

Su vida había tomado un rumbo distinto aquel día. Darse cuenta que el tiempo no era un carro con cuerda que se puede hacer para atrás ya le había tomado veinte tantos años. La decisión había sido tomada, y la seguiría como su sombra por el resto de su vida. Y debía recordarse, en cada uno de ellos, que había usado la mejor carta en aquel momento: improvisar para que Dios no le boicoteara sus planes.


NO PIENSO PUBLICAR EL EPILOGO. 
NI NADA MÁS, HASTA NOVIEMBRE. SI LAS COSAS SALEN COMO PIENSO VOY A DIBUJAR UNA ENORME SONRISA EN EL ROSTRO DE DIOS.
ESPERO HABERLOS DEFRAUDADO.

septiembre 05, 2011

Un recuerdo simultaneo/ Capítulo Final 3/4

*

Cuando entro a la habitación Charlotte estaba sentada en una silla junta a una mesa cubierta con hojas de papel periódico, sobre él, restos de manzanas y cascarás de naranja. Tres latas de cerveza se distinguían en el centro; sólo una permanecía sin abrir y por el sudor que deslizaba Filomena supo que no habían sido compradas hace mucho tiempo. El cabello de Charlotte estaba recogido por una coleta alta, aún húmedo. Sobre sus pies estaban varios pétalos de rosas esparcidos. El tallo estaba entre sus dientes, todo mordisqueado, sin espinas. El rostro pálido tenía maquillaje excesivo encima que hacia resaltar aún más las expresiones sobe su cara.
Una voz dentro de Filomena le decía:
Son demasiados detalles. Piensa.
                Charlotte se pasó la lima sobre las uñas varias veces antes de ver hacia  la puerta y decir:
-         Hola, querida… -se levantó y camino hacia donde Filomena estaba-. Hace mucho que no te veía. Sigues destellando. Siempre le dije a Richard que no se había equivocado contigo.
Filomena recibió un beso en la mejilla con la misma circunspección con que Jesús recibió el de  Judas cuando lo entrego a los romanos. Y luego recordó los latigazos sobre la carne cuando Charlotte dijo a Richard:
-         No ha querido comer, ni beber nada.
-         No te preocupes. Ya puedes irte. Gracias por todo -respondió mientras la guiaba hacia la puerta abierta.  
-         Por que no te quedas otro momento más, Charlotte -le dijo Filomena tomándola de la mano como cuando le pidió que fuera una de las  Damas de Honor en su boda-. Tu misma lo has dicho, hace mucho que no nos vemos. No tienes algo de comer sobre la mesa, aún no hemos desayunado…
Richard asintió con la cabeza y ella camino hacia la mesa del rincón. Cuando se había alejado lo suficiente Filomena se acercó a él:
-         Por que carajos no me has dicho que ella estaba aquí, Richard -su voz sonó como la madre que reprende a su hijo luego de cogerlo haciendo una travesura en una caja ajena.
-         No vi la necesidad de… hacerlo, amor… ¿Recuerdas lo que dijiste cuando te pusiste el casco antes de venir?
-         Si, perfectamente… Imagino que por eso me has traído a este lugar, no.
-         Charlotte, trae una silla para acá cuando regreses -le gritó sin quitar la vista de Filomena.
Charlotte regreso con un emparedado y la silla que Richard le pidió.
-         Siéntate, Filomena -camino hacia un rincón y se recostó sobre unas cajas de madera enormes-. Quiero que cuando entres en la habitación que esta a tu costado… ¡He dicho que te sientes, no que voltees a ver hacia tu costado!
-         Richard, no le hables así a tu esposa… -dijo Charlotte desde el otro lado de la habitación sin si quiera voltearlo a ver ya que estaba ocupada limando sus uñas como si estuviera puliendo una estatuilla de oro.
Filomena permaneció parada junto a la silla y con el emparedado en la mano, temblando de miedo.
Había logrado desencadenarse y resurgir…
-         Perdón, amor -la voz de Richard había vuelto a ser dulce-. Haz el favor de sentarte de una vez por todas. Como te decía, quiero que cuando entres en aquella habitación, tenga claro algo: yo no fui quien ha estado engañándote todo este tiempo ¿Has entendido? -Filomena asintió-. Siéntate… -se sentó-. Quien ha llamado esta mañana a Cristina he sido yo… le dije que quería ver como estabas y que quería llegar a su departamento para llevarte ropa limpia, pero se negó.
-         ¿Por qué habría de hacerlo? Acaso no---
-         Ya te lo he dicho. Dijo que iría a casa, que debía hablar conmigo, a solas.
-         Y claro, tú aceptaste. ¿o me equivoco, Richard? -su voz había recuperado la serenidad que necesitaba como si estuvieran hablando de sí las cortinas de la cocina debían ser cambiados por otras con tonos más frescos.
-         ¿Por qué no habría de hacerlo? Al llegar a casa, me amenazo con que regresaría a su departamento a contarte todo, si no le paga el doble de lo acordado. Me negué, naturalmente. Habíamos hecho un trato, que ella misma había mandado al garete. Dijo que si yo quería correr el riesgo, estaba bien por ella, que sabía que tú estarías de su parte al descubrirse de todo…
-          En eso, ella tiene razón, Richard.
Filomena le dio el primer bocado al emparedado.
-         Es por eso que cuando encendió el automóvil le grite que esperará un momento, que le pagaría la cantidad que me pedía. Detuvo el auto en medio de l a calle, y me dijo que me podía ir al infierno, que ella no repetía dos veces las cosas, que me pudriera…. Tuve que detenerla de la manera más rápida. Le metí un tiro en la cabeza.
-         ¿Qué hiciste qué? -Filomena casi se atraganta con un pedazo de tomate.
-         Ya los has escuchado, le metí un tiro en la cabeza. Llame a Charlotte por teléfono y le pedí la motocicleta prestada. Perdí bastante tiempo en ir hasta su casa, pero luego le di alcance a Cristina en el centro, cerca del corredor de ladrillo.

El emparedado mordisqueado estaba en el suelo: una rodaja de jamón medio cubierta por lechuga fresca. Dos tomates sobre ellos y sobre las rodajas de pan una cuchara enorme, sobre sus patas, un poco de salsa regada como sangre.

-         El poco tiempo que tuve para hablar con ella -Richard retomó la conversación-, descubrí su talón de Aquiles: sólo debes tentar un poco su presunción…
“Cuando entran al atajo, las personas creen que sólo es un corredor para autos rodeado de dos enormes paredes sin puertas ni ventanas. Pero lo que pocos saben, y que yo aprendí, en los años que estuve con papá en el taller es que, a mitad de la calle, hay un pequeño espacio en el que si metes la mano y palpas por dentro, encontrarás un pequeño pestillo que al quitarse permite abrir la pequeña portezuela de un compartimiento secreto, en donde bien pueden caber una persona de altura promedio o tres niños. Ahí se dejaban los paquetes pequeños como correspondencia, flores para las secretarias o… repuestos de carros para el mantenimiento de la flota de la fábrica antes de que fuera abandonada: algo que Cristina no sabía.  
Como imagine, ella vino tras de mí, deje la motocicleta estacionada frente al lugar donde me oculté, haciendo imposible, desde la ubicación de Cristina, advertir mi ubicación. Luego sólo tuve que tener paciencia y esperar… ella detuvo el auto a media calle, junto a la motocicleta, coloqué el arma sobre el filo de la puerta por donde entra la luz. Cuando la tuve en la mira, dispare. Cayó al suelo… y Charlotte que esperaba en la esquina, dentro de su auto, bajo a “auxiliarla”. Luego, la sujete en mis brazos y la subí al auto de Charlotte.
El tiro fue certero, pero no letal. Y esta ahí, tras de ti; desangrándose pero con la energía para decirte: Richard no miente”.
        Filomena se levanto lentamente de la silla y camino hacia la puerta.
        Cuando entro en la habitación pudo ver las piernas de Cristina abiertas en V como un compás. Abrió un poco más la puerta para dejar entrar más luz y poder ver el cuerpo completo rodeado de un reguero de sangre. Volteó a ver a Richard que aún estaba recostado en las cajas haciendo un gesto con la mano, invitándola a entrar.
        Filomena camino hacia Cristina que se quejaba del dolor. Al dar se cuenta que no se movía; se detuvo a medio paso.
-         Esta viva, puedo asegurártelo -le dijo Richard acercándose.
Giro hacia él. Le sonrió y le dijo:
-         Tu padre estaría muy orgulloso de la puntería que tienes, Richard.
-         Puedes preguntarle lo que quieras, también puede escucharte -camino hacia donde estaba como si fuera a recibir un premio pero pasó por su costado como si no estuviera ahí-. Oh, Cristina… -se detuvo frente a ella y empezó a jugar con un mechón de pelo-. ¿Vas a preguntarle o no, Filomena? No seas tan cruel con ella, acaso no ves que esta sufriendo…
-         No necesito hacerlo. Estoy segura de lo que dices… imagino que aún guardas el cuchillo de caza de tu padre.
-         Claro.
-         ¿Lo tienes aquí? -sabía la respuesta perfectamente, era una herencia familiar que mucho tenía que ver con el lugar en que se encontraban.
-         Si, en la otra habitación, que es lo que estas tra---
-         Dile a Charlotte que lo traiga inmediatamente, amor.

¿Tramando? Ni siquiera ella sabía si lo que hacía le haría llegar a su objetivo: ganar más tiempo. Encontrar la manera de salir  del cenagal en que se encontraba.
                Las ideas en la cabeza revoloteando como un enjambre de abejas dentro de un panal, estaba volviéndose una sensación recurrente en su vida.