Afuera, la gente caminaba por el arcén con pasos descoordinados. Cada quien envuelto en el mundo que le conviene y del cual se ha hecho acreedor por merecimiento propio. Cristina se acercó al balcón y siguió con la vista a un par de viandantes. No había algo o alguien que llamará su total atención, ningún detalle sugestivo, tan sólo personas con rostros desconocido, con rumbo desconocido. ¿Qué será de esas personas que sólo se ven una vez en la vida?, se dijo Cristina. Un anciano con bastón y atuendo beatnik tiraba de la cadena sujeta al cuello de su perro que se había detenido a olisquear las escalinatas del edificio de ladrillo del frente. La fuerza que el viejo imprimía (junto con la orden imperante: ¡Buster, camina!) parecía fútil ante el testarudo ímpetu de su mascota. Por suerte, para el anciano, la puerta principal del edificio se abrió con fuerza (el perro se asustó y el dueño sonrió a la coincidencia tan afortunada para su paseo matutino), de las gradillas descendió una mujer regordeta acompañada de dos niños díscolos de los que tiraba como si quisiera desmembrar los miembros superiores a los pequeñines. Los dueños de perros y los padres de familia tienen más en común de los que sus mascotas e hijos se imaginan, se dijo Cristina. El que parecía ser el más pequeño agitaba sus manos, llevaba una pesada remera que cubría su torso y una bufanda que resaltaba por su color cegador. Cristina recordó que la noche anterior, en el noticiero de medianoche, el “hombre del tiempo”, había advertido de una corriente de aire frío que provenía de las costas del océano Pacífico y que entraría en el territorio a primeras horas de la mañana. Había que abrigarse bien, había sido el consejo del conductor antes de pasar a comerciales, que ella regresara a la cama con una taza de té de manzanilla para Filomena. El otro niño, el mayor, tenía un gorro azul que hacía de fuerte para el cabello corto ante el embate del viento gélido, le gritaba a la madre algo a cerca del perro que los adelanta. Quería uno igual, papá lo había prometido, iba a hacer el obsequio de su próximo cumpleaños.
Un volskwagen gris cruzó la calle lentamente. Cristina pudo ver como el conductor estiraba la mano por la ventanilla y dejar caer su cigarro aún encendido en el pavimento.
Las ramas del árbol frente al ventanal estaban vacías, no había pájaros. Eran pocas las hojas que quedaban en aquel arbusto. En suelo, junto a las raíces, se hizo un pequeño remolino con las hojas sueltas. Revoloteaban como si tratarán de llamar la atención de los peatones. Todo, y todos quieren ser el centro de atención. No es una buena idea abrir la ventana estando desnuda, pensó Cristina mientras se sentaba en el diván junto a la ventana. Su mirada hizo un planeo de la habitación, el desorden le recordó las rabietas de su madre cuando siendo alumna del secundario el orden y la limpieza pasaban al segundo plano y la necesidad de querer cambiar al mundo era una manera de supervivencia imberbe, no había tiempo para acomodar la ropa sucia, poner en recua los libros, y los zapatos debían estar dispersos en el suelo como granadas colocadas adrede para el intruso de paso. Los dos cuartos le parecían un cuadro desolador a Cristina, salvo por el hecho de que en el que se encontraba ahora, había una mujer desnuda durmiendo en su cama, Filomena.
Cristina giro sobre sí misma, la ventana era nuevamente un caleidoscopio. Los ojos siempre están tras el detalle que impresione, que permita poner el mundo en una perspectiva diferente, que rompa la barrera de lo rutinario. En este caso, Cristina se percató de algo, no había parejas aquella mañana andando por la calle 32, quizás todos aún seguían en la cama, como Filomena.
Los pensamientos pronto empiezan a despertar, se avivan creando extensas conexiones entre sí, como los escondrijos (pequeños callejones) de una pared de ladrillos. El teléfono repiqueteo en la mesita junto a la cama. Cristina se espabilo inmediatamente, tratando de no hacer ningún ruido con los objetos difuminados en la moqueta, no quería que Filomena despertará. Eso no sería la manera más romántica de iniciar el día. Una voz masculina del otro lado le dio los buenos días en francés, reconoció la voz, respondió de igual manera, bonjour. Se acomodo en el lado vacio de la cama, justo al lado de las almohadas arrugadas. Reacomodó el auricular inclinando su cabeza y haciendo presión con su hombro asegurándose de no se le resbalará, y perder el hilo de la lozana conversación. Sus manos estaban ocupadas evitando que el aparato se abalanzará al suelo desde sus muslos. Mientras sus ojos se aseguraban de que Filomena aún dormía plácidamente.
- El proyectil surca el aire… ¿No crees que ya es tarde para intentar esquivarlo y evitar el impacto? Ir a tu departamento, personalmente –enfatizando la palabra casi con rudeza-, si hubiese sido un “atisbo de arrepentimiento tardío”, aunque, te aseguro, que te hubieras quedado petrificada frente a la puerta antes de espetarme uno de tus comentarios pretenciosos.
Cristina devolvió la carcajada. Filomena hizo un repentino movimiento y se coloco en posición fetal, cubrió su cuerpo desnudo con la sábana blanca como si fuese líquido amniótico, el aire gélido se filtraba por el resquicio debajo de la puerta. Cristina le dijo a su interlocutor que espera un momento. Abrigo el hombro descubierto de Filomena con lo primero que encontró: una pequeña almohada. La piel de su amante resplandecía, Cristina, lamento tener que cubrir tal belleza con una objeto tan insignificante. Había que hacer algo para que las cosas encajaran de mejor manera.
Fue hacia un pequeño mueble de caoba en el que estaba colocado el viejo tocadiscos del abuelo, busco en la repisa superior y coloco un vinil, Horses. Ajusto la aguja y accionó el aparato. Modero el volumen justo antes de que los acordes de piano de Birland invadieran la habitación. Regresó junto a la cama para tomar el teléfono y se dirigió al diván. Se recostó en una posición que le permitiera ver directamente a Filomena.
- Ve al grano, dime que es lo que quieres –dijo esperando tener una respuesta escueta-. Déjate de jugarretas…
- De momento, me gustaría escuchar la parte de la canción donde Smith dice “no human…”. Luego, quiero que te duches y nos veamos en el café en media hora.
- Predecible, lo del baño. Media hora, me parece demasiado pronto, tengo visita. Por ti, no voy a estropear mi día desde muy temprano como si fuera el último de mi vida. Cuarenta y cinco minutos o una hora será menos sospechoso. No quiero que me vea salir del departamento como si estuviera huyendo de la situación en la que me he envuelto.
- De acuerdo, deja el auricular descolgado. Vete a dar la ducha.
Cristina dejo el teléfono en el diván y fue hacia la cama. Acerco sus labios junto a la oreja descubierta de Filomena y le dijo que debía salir de emergencia y que no quería dejarle una notita junto a una rosa porque hubiera sido inapropiado y podía preocuparla por un gesto tan extraño en ella. Filomena sonrió, luego, abriendo lentamente los ojos, le dijo:
- ¿Con quién hablabas por teléfono, amor?
- Con un tipo que cree ser el próximo elegido en cargar la cruz por todos nosotros. Voy a darme un baño, no quiero aromas en mi cuerpo que desvanezcan lentamente para luego intentarlos recordar en un acto de patetismo shakesperiano. Tú sabes más de esas cosas que yo.
- Bueno, no quiero que pienses que escuche tu conversación con El Mesías. Sólo quería asegurarme de que no intentabas huir en la primera oportunidad que se te presentaba.
- Lo sé. Debo irme, no quiero llegar tarde a la crucifixión.
- Claro, gracias por la canción hubiese sido un lindo gesto de huída, muy a tu estilo. Tenía tiempo de no escuchar a Patti Smith, sabes…
- He dicho “debo irme”, y no termine la frase con un “vuelvo en unas horas, amor”. Ya es hora que leas entre líneas, Filomena.
- Ya vete, no quiero que llegues solo ha bajar el cuerpo inerte de la cruz. Al menos deberías poner agua a hervir para un café. Lo necesito.
- Al regresar, quiero un poco de té esperándome… y a ti, desnuda en esa misma cama.
Cristina fue hasta el mueble donde estaba el tocadiscos y subió el volumen, desde un espejo pudo ver la sonrisa en la cara de Filomena. Luego abrió una puerta del armario y descolgó una toalla. Se dirigió a la puerta y antes de abrirla, sin voltear a ver, le dijo a Filomena que no se acercará a la ventana, no había parejas de novios en la calle y no quería que fuera a perder parte de la mañana haciendo suposiciones, engranando simbolismos, que no tenían cabida en su vida. Sigue con tu sueño matinal ahí te sentirás más cómoda, le dijo antes de girar el pomo para luego cerrar la puerta.
¡Cristina…! Un alarido en la cabeza de Filomena hizo que su sueño se perdiera en las llanas tierras de la intranquilidad. Una hoja seca se estampó en el cristal de la ventana haciendo un anodino estrépito. ¿Porque hay sucesos que toman partido en libretos donde no les llaman y aparecen con careta de “coincidencias”? Cristina había dejado el teléfono descolgado en el diván. La curiosidad pudo más. Filomena se apeo de la cama y por primera vez en tanto tiempo había dejado que la desnudez de su cuerpo, y su vientre prominente, fuera visto por los rayos del sol sin sentirse expuesta. Tomo el auricular.
- Aló…
Un silencio le contestó. Extraño, parecía que del otro lado tampoco habían colgado. Volvió a intentarlo, su voz salió de sus labios articulando una palabra que fue degollada justo cuando Patti Smith dejada escapar un alarido en forma de no human que fue apagándose. Alguien había colgado del otro lado. Filomena se dispuso a dejar el auricular en su lugar. Vio por la ventana, Cristina tenía razón: no había parejas esa mañana. Los vellos de sus brazos se erizaron, se froto con las manos, y coloco una pequeña manta debajo de la puerta. Se fue a la cama y nuevamente se sumergió en las sabanas. No pudo conciliar el sueño. Filomena, sabía que Cristina debía regresar a la habitación por ropa limpia, esa sería un buen momento para comentarle lo sucedido, el silencio lúgubre del otro lado del auricular y el repentino acto seguido. Y además, recordarle que debía poner la jarrilla con agua en la estufa.